Tiempo histórico y traductibilidad // Diego Sztulwark
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Sobre el libro “Huellas,
voces y trazos de nuestra memoria”.
“...un
secreto compromiso de encuentro está entonces vigente
entre las generaciones
del pasado y la nuestra”.
Walter Benjamin
I.
El poeta Henri Meschonnic distingue
historia de historicidad. El historicista encuentra el sentido en las
condiciones de producción de sentido, mientras que la historicidad reivindica
lo intempestivo, es decir, la capacidad indefinida que tiene la creación de
sentido de seguir actuando más allá de su propia situación. Esta distinción
poética nos ayuda a entender un tipo de disputa que se ha abierto en nuestro
país en torno al tiempo histórico.
El
último 24 de marzo las organizaciones convocantes a la marcha leyeron un documento en el que se
recordaba a las organizaciones revolucionarias de los años setentas. De
inmediato, el aparato comunicacional del orden interpretó ese recuerdo como una
reivindicación lineal de las prácticas guerrilleras. Más allá del aspecto canallesco que tienen estas operaciones interpretativas que buscan
criminalizar todo acto autónomo de la memoria, queda la pregunta de: ¿cómo
entendemos ese recuerdo? Me parece un tema interesante, importante y hasta
urgente de abordar.
Durante
la misma marcha del 24 de marzo, muchos dirigentes políticos cuestionaron la
consigna “Macri, basura, vos sos la dictadura”, con un previsible
reconocimiento de que Macri era un presidente electo por los votos y que por
ende había que ayudarlo a terminar su gobierno. Es la pobre idea de democracia
que sostiene la enorme mayoría de nuestra dirigencia política y sindical. Por supuesto que tenemos muy claro que el
gobierno de Macri corresponde a un régimen parlamentario. La derecha ha creado
por fin su propio partido político y ha llegado al gobierno. No hay confusión
al respecto. Pero no es ésta la cuestión. De nuevo: ¿qué recordamos cuando
recordamos la dictadura?
II.
Cuando
decimos “Macri es la dictadura” estamos hablando de la historia. Del enorme
esfuerzo fallido de las clases dominantes de este país a lo largo de siglos por
imponer un orden definitivo, en el que las clases populares se hagan presentes sólo para obedecer. La
última dictadura será recordada por lo sangrienta, pero ella no es sino un
momento particularmente concentrado de esfuerzos históricos más dilatados. La
historia de la Iglesia y las fuerzas de defensa y seguridad del país, la
historia del empresariado de este país deben ser revisadas una y otra vez para
tomar conciencia de las relaciones internas que existen entre endeudamiento
financiero, represión y criminalización interna y centralidad de la iglesia
sosteniendo espiritualmente a los custodios del orden. Cuando vemos cómo se
aplica hoy un programa neoliberal recargado, habría que ser muy desmemoriado
para no ver -en otras condiciones que claramente preferimos-, las continuidades
con el programa del terrorismo de Estado.
Más aún: la llamada democracia abierta en la postdictadura tiene aún hoy
al terrorismo de Estado como fundamento.
Cuando hablo de terrorismo de Estado como fundamento del orden democrático
me estoy refiriendo a la íntima relación que se establece entre violencia del
poder y concentración de la propiedad privada.
A
esta historia, que recordamos y estudiamos, y que a pesar de eso, por momentos
sentimos que vuelve a repetirse como una pesadilla, se opone la “historicidad”.
En ella no se trata sólo de conocer lo que pasó antes para entender lo que pasa
ahora. Sino que al conocimiento de los contextos históricos se suma la
necesidad de hacer un ejercicio de lo que podemos denominar “traducciones”. ¿En
qué sentido traducciones? (no lo había pensado antes, pero precisamente
Meschonnic, además de poeta es un eminente traductor). A ver si soy capaz de
aclararme en este aspecto. Decíamos con Meschonnic que hay una historicidad que
remite a aquello que sigue actuando más allá de su propio tiempo. Hay ahí algo
de mucho interés. Cuando los organismos de derechos humanos “recuerdan” a las
organizaciones revolucionarias no intentan repetirlas al pie de la letra. Su
relación con ellas es de otro orden, y en ningún caso se trata de desconocer
las diferencias de contextos históricos. Hace falta entender otra cosa ahí. Tal
vez podamos decirlo así: lo que se trata de recuperar es lo que hay de
intempestivo en la acción de ruptura del tiempo de la dominación que intentaron
las organizaciones revolucionarias. Su tentativa suponía salir del orden que
organizaba las miserabilidades de su tiempo. Y en ese punto podemos encontrar
su acción. También hoy queremos eso, podemos imaginarlo, quienes acompañamos a
los organismos de derechos humanos cada 24 de marzo. Ahí hay una primera
posibilidad para la operación de “traductibilidad”. Un mismo deseo de
intempestividad o rebelión respecto a la época. Podemos conectar una idea, una
acción y un pensamiento de otra época precisamente para salirnos de nuestro
propio tiempo. Podemos hacerlo porque ya esa acción y ese pensamiento desobedecían
a su propio contexto histórico. Hoy podemos escuchar y recordar mucho de
aquellos años para alimentar, desde
nuestra perspectiva y en nuevas creaciones políticas, lo que rechazamos de este
presente.
La
relación entre historicidad y “traductibilidad” (la expresión es de Antonio
Gramsci). Me refiero al singular espacio político creado por los organismos,
lxs sobrevivientes y lxs activistas a partir del 77. Pienso sobre todo en las
Madres de Plaza de Mayo. Al pedir, en plena dictadura, por los cuerpos
secuestrados y desaparecidos, al ir construyendo el repudio a la tortura y al
asesinato cobarde, al defender una ciudadanía que debía partir desde la
preservación de los cuerpos (como recordará León Rozitchner en su libro sobre
Malvinas) se fue creando una sensibilidad antagónica al tipo de soberanía del
terrorismo de Estado. Al comienzo, Massera se reía de los familiares. Los veía
como el espectro inofensivo del enemigo derrotado. Sin embargo, ese espacio,
caracterizado por un nuevo poder de sensibilización colectiva, no hizo sino
crecer. A lo largo de cuatro décadas se convirtió en la pedagogía de un contrapoder de masas. De los pañuelos blancos
a los cortes de ruta piqueteros de 2001 se corona, de un modo extraordinario,
un derrotero muy rico de enseñanzas. En torno a la sensibilidad expandida
alrededor de la lucha por la memoria, verdad y justicia se construyó un espacio
para que las luchas populares se reconozcan, se articulen y formulen demandas
comunes ante el Estado. Y precisamente aquí aparece esta segunda idea de
traducción que nos interesa valorar. Traducción de luchas populares diferentes
entre sí, sin que una lucha principal las aplaste a las demás. Traducción más
que principio hegemónico. Esa traducción no se dio en el aire sino en un
espacio sensible, que hace posible reconocer lo común entre las diferencias.
Ese espacio de traducción, sobre fondo de un sensible expandido, parte de las
madres y se extiende, en toda la postdictadura argentina, por todo el campo
social. Y a mí me parece muy evidente que la derecha argentina -y cuando hablo
de la derecha argentina no me refiero sólo a Macri, sino que incluyo, por lo
menos, a la Corte Suprema de Justicia, a los otros dos poderes del Estado, a
buena parte de la dirigencia política de otros partidos, a buena parte del
empresariado pero también al Episcopado Católico Argentino, por no decir a la
Daia y otros actores menores- quiere
pegar ahí, en esa capacidad de traducción propia de la historicidad que está en
la constitución de los grandes momentos de las luchas populares. Ven bien, esa
es su coherencia histórica.
III.
La
reacción popular al fallo de la Corte Suprema del 2x1 a favor del represor
Muiña activó este principio de historicidad. Medio millón de personas en la
calle obligaron a los tres poderes del Estado a retractarse. La temporalidad de
la calle interrumpió y le puso claros límites a la temporalidad del Estado, que
habitualmente es la de la impunidad. Siempre es posible decir que la lucha
focalizada en los derechos humanos de los setentas no alcanza. Que mientras se
logra frenar el 2x1, el país adquiere deuda externa de un modo impúdico y que
nos tocará a generaciones soportar esa carga. Y es cierto! Pero no deja de ser
cierto que la marcha del 2x1 conecta con la marcha del 3 de junio (la de Ni una
Menos). Y que previo a esa marcha un grupo de mujeres activistas hicieron una
manifestación ante el Banco Central diciendo “desendeudadas nos queremos”. No
se trata sólo de tener claro el vínculo entre deuda y violencia, finanzas y
represión a nivel intelectual. Además de eso, es preciso crear “traducciones”
muy concretas y nuevas en ese espacio sensible común que abre la lucha por los
derechos humanos.
Y
creo que hoy estamos en ese punto: la lucha contra el terrorismo de Estado,
como fundamento perdurable del orden político, se traduce bien en la lucha
contra el patriarcado como fundamento actual de la economía. No se trata de
demandas parciales o aisladas, sino de secuencias de historicidad. Cada una de
ellas retoma por su cuenta una misma trama sensible que pone en el centro de
las luchas el cuidado de los cuerpos y su deseo desobediente como lugar desde
el cual antagonizar con la insensibilización general de las vidas que nos
propone “lo neoliberal” (como explica tan bien la antropóloga argentina Rita
Segato). Cada una de estas luchas barre entero el campo social proponiendo un
ejercicio de traductibilidad, con el horizonte puesto en destruir un orden
basado en la propiedad privada concentrada y sustituirlo por una experiencia
diferente, fundada en el juego de lo común. Los relatos conmovedores -textos e
ilustraciones- contenidos en Huellas,
voces y trazos de nuestra memoria nos muestran de qué materia emotiva está
hecho este camino (en el libro se leen las siguientes frases, pertenecientes a
los lxs seis autorxs, hijxs de desaparecidos: “¿Así se escribirá el silencio”?;
“De mis viejos aprendí que el mundo necesita de cada uno de nosotros si
queremos hacerlo más feliz”; “sistema autoproclamado democrático sobre las
tumbas ausentes de esta generación”; “aceptar los términos de una
reconciliación es renunciar a reconocer los motivos que produjeron la ruptura
en primera instancia. Aceptar que lo mejor que se puede hacer es este Estado,
esta sociedad, este cementerio”; “El tiempo cae donde tiene que caer. Nadie
puede escapar de su historia”; “profunda necesidad de escapar”; “El contacto
piel a piel con mi bebé, me generó esa memoria corporal primaria y germinal,
mostrándome y recordándome que yo también tuve esos primeros abrazos ese primer
contacto con la piel de mi madre y mi padre; esas horas a su lado, mirándolos,
escuchándolos, hablándoles, conviviendo. Por más que haya durado poco, sé que
esos momentos existieron y fueron fundamentales para ser quien soy hoy, y para
poder escribir estas líneas”; “comencé a divergir de los caminos aceptados
socialmente. Poco a poco me sumergí en el enojo hacia las normas y los mandatos
e inmediatamente me sentí atraído por algunos movimientos contraculturales,
principalmente por la escena punk- harcorde del Buenos Aires de los noventa. Con esta nueva rebeldía
emergiendo afloró en mí un sentimiento complejo”; “Hay historias difíciles, que
no se cuentan o que se cuentan poco. Creo o aseguro que esta es una de ellas.
No lo digo porque sea la mía, porque lo que te voy a contar les pasó a muchos
otros chicos también. Lo digo porque duele un poco, y a veces un poco mucho.
Pero siempre, siempre, al final del día lo que queda es el amor”; “Aprendí a
refugiarme en el dibujo, antes de conocer mi historia”). Son historias que
conocemos, pero necesitamos seguir contando. En ellas las primeras palabras
-mamá, papá, abuelas, abuelo- están cargadas de sentido político inmediato. Son
esas figuras familiares las que operan la traducción, la historicidad. El
epígrafe de este texto -la cita de Benjamin, tomada del libro- nos advierte
sobre esta carga intergeneracional: todas las generaciones van a una cita
perdida, a encontrarse unas con otras. Y el hecho de que la cita esté olvidada
no hace que dejamos de acudir. El pasado está en el presente. Ya no es la
memoria nostalgiosa la que aquí conmueve sino el amor que resiste y
sensibiliza, que se ofrece -incesante- a las operaciones de traducción entre
luchas de distintos tiempos, entre los intentos de desobedecer el presente.