Los intelectuales de izquierda y la situación venezolana // Lobo Suelto!
Lo
peor de los intelectuales es su deseo de “pensar bien”. ¿Quién no experimenta
este deseo reaccionario en política?. Se llama moralismo y acompaña
mistificaciones de todo tipo. Lo mejor, en cambio, es la disposición a pensar
situaciones complejas. Pero esta disposición sólo se vuelve efectiva cuando se
sale de los propio ideales y se acepta recorrer los relieves de un problema
real que se nos plantea y no sabemos bien cómo resolver.
La
coyuntura de Venezuela muestra bien el asunto. Los llamados intelectuales de
izquierda son víctimas de una situación policial: están obligados a mostrar sus
documentos, a decir quiénes son. Creen
con ello validar sus posiciones. Pero un intelectual no lo es por sus títulos y
pergaminos, sino por su aptitud para aportar ideas en problemas difíciles. Y
Venezuela es un quilombo. Es todo un trabajo estar informado sobre lo que
ocurre allí. Parte de ese trabajo es romper con el hábito del “intelectual de
izquierda”, enamorado de sus pronunciamientos.
Quizás
la primera tarea del pensamiento de “izquierda” sea ser desobediente. Si no se
encuentra el camino para serlo con los poderes avasallantes, sí por lo menos
con las mistificaciones en el propio mundo de las ideas. Y como esas
mistificaciones tienen un valor histórico, esa desobediencia comportar una
densidad histórica al menos comparable con las que se pretende desmontar.
Las
mistificaciones del populismo interesan porque conservan un reconocimiento de
lo plebeyo. Las del liberalismo interesan porque contienen una valoración de la
potencia de los individuos. Precisamos recuperar estas potencias en su historicidad,
es decir, en sus conjugaciones y en su capacidad para romper marcos normativos
y valorativos reaccionarios (presentes en el liberalismo y en el populismo).
Lo
que parece discutirse –no en Venezuela, pero sí a propósito de Venezuela– es el
dinamismo político de la última década larga en la región. Una articulación
determinada entre multitud, consumo, riquezas nacionales, inserción en el
mercado mundial y forma estado. Esa discusión nos concierne a todos, porque
bajo su forma cristalizaron las búsquedas de democracia popular que en su
origen fueron insurreccionales con rasgos fuertemente autónomos.
El
camino no es “despegar” del chavismo, como si nada nuestro hubiera en él, a
pesar de que siempre lo hemos discutido, sino comprender, al contrario, lo que
en nosotros está en juego cada vez que, bajo la máscara del liberalismo, se traman
alianzas inaceptables con las fuerzas del orden, esas que siguen mandando –a
pesar de las apariencias- desde los centros articulados al mercado mundial y
las potencias regionales.
La
crítica de izquierda y autónoma a los gobiernos progresistas no puede ceder al
lenguaje y los escenarios del enemigo común.