En Argentina, el antiterrorismo encuentra enemigo a su medida


Después de que lundimatin recibiera el pedido del colectivo Etcétera para que se traduzca este texto, la persona que lo escribió se sintió sorprendida y honrada de que lo publiquen en Argentina. Pidió se aclaren algunos conceptos de uso común en Francia, ya que podían provocar contrasentidos en Argentina. 
Se entiende por “antiterrorismo” una forma de gobierno (mediático, judicial y político) totalmente independiente del terrorismo. Se caracteriza por no justificarse a través de los actos o hechos sino mediante las intenciones que el propio antiterrorismo adjudica a las personas. La lógica del antiterrorismo es prever (para que no suceda el acto terrorista), por lo que juzga las intenciones, de manera que a nivel judicial es una subversión de las tradiciones jurídicas (apegadas a los hechos). En la cultura pop, el mejor exponente de la lógica perversa del antiterrorismo es la película Minority Report (basada en un cuento de Philip K. Dick). En la vida real, el antiterrorismo acaba siendo el gobierno arbitrario del juez, del ministro o del periodista que decide cuáles son las intenciones del sujeto (que se ha vuelto objeto al que se adjudica malas intenciones).
En Argentina, el 24 de marzo es una fecha simbólica, la del golpe de Estado que instauró la última dictadura cívico-militar en 1976. Cada año, ese día se  conmemora con multitudinarias marchas en las cuales se recuerdan a las víctimas de la dictadura -30.000 desaparecidos, cientos de bebés robados, miles de presos y cientos de miles de exiliados- pero también se tejen lazos entre el presente y el pasado. La mayoría de las organizaciones políticas, sindicales, barriales y demás grupos de afinidad, relacionan de manera más o menos ingeniosa las reivindicaciones actuales con el aborrecido pasado de la dictadura. La marcha, que parte generalmente de la Plaza de los Dos Congresos  y termina en la Plaza de Mayo (el recorrido equivalente a nuestras marchas entre Place de La Bastille y Place de la Nation, en París), reúne decenas de miles de personas. Una gran fiesta popular.
Diversos grupos preparan para este día, que siempre es particularmente soleado aún al comienzo del otoño, performances artísticas de contenido político más o menos evidente, cuando no completamente hermético, que avivan la marcha al compás de los bombos (aquellos estrepitosos tambores inicialmente ligados al peronismo y que hoy día utiliza la mayoría de las organizaciones políticas). Este año, uno de esos grupos que liga simbióticamente la política al arte, sufrió el honor -y el horror- de verse propulsado al epicentro de la vorágine mediática, y no precisamente a las páginas culturales, sino a las políticas y policiales. Confrontarse a esta obra y a la reacción político-mediática que prosiguió permite a la vez esbozar el estado actual de la politiquería del país y evidenciar un fenómeno bien conocido aquí y afuera: el de la construcción de un enemigo interno propiciado por la histeria de los panelistas televisivos y los retorcidos comentaristas políticos. O de cómo tres pedazos de cartón terminaron por ser comparados a un intento de golpe de Estado.
La obra
Asiduos de la sátira política, los artistas de Etcétera, de quienes se desprende la Internacional Errorista que firma la acción, prepararon una intervención sin mayor veleidad. El grupo se dividió en dos: por un lado una suerte de armada de azafatas y por el otro un helicóptero hecho de cartón llevado en andas. El conjunto se reunía bajo el signo ≠, símbolo a la vez de la desigualdad que reina en el mundo y de la alteridad que el grupo reivindica para con nuestro el mismo. De manera más próxima a la actualidad y a la memoria de la dictadura, el signo remite igualmente a la diferencia entre el discurso revisionista oficial y la historia de la dictadura ( “terrorismo de Estado ≠ guerra sucia”, o aún “30.000 ≠ 8571”, en referencia a cierto ministro que otrora buscó negar el número emblemático de desaparecidos sin aportar sin embargo documentos que contribuyeran a determinarlo de manera exacta).


Este sencillo montaje carnavalesco no estaba destinado a mayor cosa que suscitar aplausos y risas en medio de los manifestantes. Sin embargo, al llegar a la Plaza de Mayo, quienes más se interesaron en el grupo fueron los periodistas. Los primeros “tweets” salieron disparados como flechas, dando la nota : “[…] Gente que no aprendió nada”.

El tono grotesco de este tratamiento mediático se mezcló rápidamente con la siniestra lógica del Estado, cuyo gobierno asediado busca desesperadamente un enemigo interno, aunque sea de cartón. Esto dio lugar a grandes titulares cuyo tono altamente ridículo apenas logra disimular sus oscuras e inquietantes intenciones: El gobierno habla de “el Plan Helicóptero”.

En otro canal, las cosas son más explícitas aún: los « organismos reivindicaron la lucha armada ».

En Radio Mitre, la frecuencia de radio más escuchada del país, un comentarista evocó la manifestación del 24 de marzo en estos términos : “La fecha en la que se debe repudiar un golpe fue utilizada para promover otro”, antes de librarse a su manera al ingrato ejercicio de interpretar la dicha obra de arte: “un helicóptero escala 1:1, hecho con cartón que, curiosidades del aeromodelismo, era de color caqui,  igual a los helicópteros del ejército, decorado con vivos negros y símbolos inspirados en la iconografía nazi: un signo = tachado que imitaba, en espejo, la S de los SS de Himmler”.
El odiado 2001 y el pánico al regreso del ¡Que se vayan todos!
Dejemos de lado la lógica superlativa que rige los medios y obliga a cada columna editorial a exagerar necesariamente más que su competencia. El nudo retórico de los comentaristas se articula alrededor de la noción de golpe de Estado. Esto se debe a que, temeroso de un linchamiento popular, el entonces presidente De la Rúa huyó del palacio presidencial por vía aérea el 21 de diciembre de 2001, razón por la cual el helicóptero se asemeja simbólicamente a una destitución, y por ende, a un golpe de Estado. Lógica inapelable de los columnistas editoriales…

Esto supone, sin embargo, dejar de lado la inmensa diferencia entre un levantamiento popular - duramente reprimido, con un saldo de al menos 39 muertos, de los cuales 9 eran menores- y un golpe de Estado perpetrado por las Fuerzas Armadas. En un país cuyo siglo XX fue lacerado por tantos golpes de Estado militares (1930, 1943, 1955, 1966 y 1976, y obviemos los intentos y otros putschs entre militares) decir esto es, como mínimo, realizar una comparación muy atrevida.
En medio de este enredo, se expresan ante todo el miedo y el odio que inspira el período de ingobernabilidad institucional durante el cual los trabajadores recuperaron sus empresas, se organizaron cientos de asambleas barriales y comedores populares, y florecieron ocasionalmente varios mercados no monetarizados. El período 2001-2003 fue ciertamente uno de los más ambivalentes de los últimos treinta años. Esta época demostró una impresionante inventiva política y social a la altura de una verdadera época revolucionaria. La prueba es que aún hoy son pocas las personas que se refieren a ella sin evocar la idea romántica de un mundo en apertura y en el cual la incertidumbre del mañana no causaba ningún miedo, puesto que el presente se vivía con tal derroche de intensidad que era inaceptable desertar la más mínima parcela de ésta.
De la restauración del Estado a la Restauración*
N.d.T.: *En el vocabulario político usual francés, la Restauración remite al regreso al poder de la vieja familia reinante –Los Borbones- después del período revolucionario y del autoritarismo imperialista napoleónico (1789-1815). El período de la Restauración (1815-1830) es considerado como fundador de la derecha reaccionaria tanto a nivel político como cultural.

Este período 2001-2003 condujo a la restauración de un Estado que, desde diversos puntos de vista, preparó el terreno para la Restauración actual. Bien podemos considerar al gobierno de Mauricio Macri como una “Restauración neoliberal” aceptando grosso modo que los hechos del 2001 encarnaron el estallido del capitalismo neoliberal, sistema del cual se hubiese preservado  el matrimonio Kirchner (2003-2015). Ambas propuestas son discutibles, puesto que el 2001 también puede ser leído como una vasta rebelión de consumidores frustrados, y los Kirchner como los apoderados de una Argentina S.A. en bancarrota. La realidad es más compleja, pues aún no vivimos en un laboratorio de experimentos políticos, pero lo cierto es que Néstor Kirchner consiguió reestablecer el Estado como ficción dominante de los Argentinos. Para conseguirlo, movilizó los símbolos del poder y en particular la Justicia, que al hacerse cargo de juzgar a los torturadores más notables de la última dictadura cobró cierta consistencia (anteriormente se trataba de una institución particularmente despreciada debido a su indigna apatía durante la dictadura, luego por su venalidad).
A esto se debe que buena parte de los contestatarios de los años 90, activos en los años 2001 a 2003, se dejaron seducir y se aliaron al nuevo Estado. Aquellos nuevos conversos afianzaron una narrativa en la que los años 90 encarnan el horror neoliberal –la nefasta década menemista- y en la cual el “que se vayan todos” correspondió a un período de ingenua adolescencia política que llegó finalmente a la adultez gracias a los Kirchner. El kirchnerismo se asocia por lo tanto al gusto de la responsabilidad gubernamental acompañada de salarios en constante crecimiento, sin importar el abandono de ciertos principios en nombre del “realismo” (los chanchullos). Para un francés, este kirchnerismo porteño podría compararse a los años 80 en París, durante los cuales la vocación del  Ministerio de Cultura fue sumar a gran parte de los contestatarios del 68 para emplearlos como colaboradores bien remunerados en la construcción de una imagen destinada a cubrir la miseria que se arraigaba en el país. Aquí, esa cultura de reconversión de la disidencia se asocia directamente a la Memoria de la dictadura.
Estos mismos conversos construyeron un discurso estatal relativamente amable hacia los trabajadores pobres, anteriormente acostumbrados a no recibir sino escupitajos por parte del Estado. Es difícil determinar si “ellos” -los pobres- recibieron más o menos que bajo otros gobiernos porque no caben en una apelación genérica, de tal manera que las villas mismas están constituidas de pequeños feudos cuyos punteros se asocian temporalmente a un soberano del gobierno en función de las retribuciones que pueda ofrecerles. Haría falta, además, distinguir cada villa y cada barrio villero, pues hay muchas organizaciones barriales que sí son capaces de prevalecer sobre las veleidades de poder de los punteros de turno. 
En definitiva, para no terminar diciendo cualquier cosa, habría que vivir de lleno estas realidades. Yo, sin embargo, vivo en un barrio popular en vía de gentrificación. En mi barrio, la doble administración llevada a cabo por Kirchner en la Nación, y por Macri en la ciudad, se tradujo en una alianza de los servicios policiales –metropolitano y  federal, en un principio enfrentados- para destruir las okupas nacidas en el 2001 y construir edificios residenciales como gallineros para la clase media, lo que transformó la fisionomía del barrio,el cual aún así logra preservar suficientemente su combatividad para impedir grandes e inútiles proyectos urbanos.
Ese discurso progresista se acompañó de la relativa redistribución de una pequeña fracción de los beneficios generados por el alza de los precios de venta de materias primas en el mercado internacional en los años 2000 (años del boom de la soja) de manera de crear una masa de consumidores. Ésta se mostró satisfecha por ese nuevo espejismo de pertenecer a la clase media: un mito recurrente, si no constante en Argentina después del primer peronismo (1945-1955) o incluso de la época de Yrigoyen allá por los años 20. A esto se sumaron posiciones antiimperialistas –por demás engañosas- que suscitó un entusiasmo de puro y básico nacionalismo (sobra decir que el paso de uno al otro es el gran clásico de la política local).
Si Néstor Kirchner (2003-2007) rehabilitó el concepto de Estado, su esposa Cristina Fernández (2007-2015) se encomendó a rehabilitar un “capitalismo serio” (declaración en el G20 de Cannes en 2011, como propuesta contraria al neoliberalismo de apostadores de casino, o como lo llamó la propia presidenta empleando un oxímoron: un “anarcocapitalismo”). En aquel momento, la presidenta logró vender su producto en un embalaje “neokeynesiano” a cargo de su emblemático ministro de Economía, Axel Kicillof. El matrimonio Kirchner, Axel Kicillof y algunos personajes más que integran la cúpula directiva del kirchnerismo son políticos curtidos en la vieja escuela: buena labia y capacidad de captar la atención sin teletipos durante horas, nombrando incesantemente amigos y enemigos en el país y el resto del mundo. Esto solamente explica una parte del entusiasmo provocado, en caso contrario sería algo enigmático.
Finalmente, a falta de un heredero legítimo –y teniendo en cuenta que la muerte de Néstor Kirchner impidió la alternancia legal y perpetua con su esposa-, su administración terminó como una batalla entre pequeños caciques. Al olivo que escogieron los peronistas (en su conjunto, y no los kirchneristas que son una corriente de estos), los electores, instados a concurrir obligatoriamente a las urnas, prefirieron el aceituno: Mauricio Macri, elegido en noviembre de 2015.
Si sus predecesores tenían buena labia a éste parecen faltarle las palabras, y cuando habla parece un remedo de Sarkozy o de Trump debido a su sintaxis malograda y –por ser generoso- demasiado vacua.
Para quienes no tenían ninguna simpatía por el kirchnerismo, la hosquedad del nuevo gobierno hacia todo lo que respecta a su predecesor, y que rápidamente se convirtió en odio clasista, terminó por despertar por lo menos cierta indulgencia hacia el kirchnerismo o por quienes se beneficiaron de la “década ganada” ( eslógan kirchnerista por excelencia).
Como la Restauración sufre de la necesidad constitutiva de diferenciarse de sus predecesores como de un némesis, el gobierno actual no cesa de invocar al kirchnerismo, cuya gestión “desastrosa” sirve de chivo expiatorio para explicar la vuelta de tuerca que imponen a los trabajadores (y no, obviamente, a los automóviles de lujo cuyas tasas de importación fueron reducidas a la mitad).
El nuevo aliento de la calle
Las cúpulas directivas de los sindicatos, a las cuales el gobierno de Macri empezó por ofrecer la gestión de jugosas cajas sociales, lograron domar por casi un año y medio la cólera provocada por la estagnación de los salarios y el alza vertiginosa de los precios y los servicios básicos. Pero su estrategia de convocar manifestaciones tan desarticuladas como inútiles empieza a perder el aliento: la más reciente fue la huida de los directores sindicales de la CGT frente a un público enfurecido, que terminó por subirse al escenario y confiscar el atril de los oradores. Este gesto de exasperación, acompañado de un nuevo eslógan (“fijá la fecha, la puta que te parió”, se refiere a la fecha de la huelga general) se impone con fuerza en el debut social del 2017. Finalmente, la dirección de la CGT parece haber consultado a su madre, y la fecha se fijó finalmente para el 6 de abril (a falta de proclamar un paro indeterminado, esto logra calmar a la masa iracunda pero muestra sin embargo que ésta se encuentra menos dispuesta a seguir esperando las interminables negociaciones de los dirigentes).

Esta digresión quizás sobremedida nos ayuda sin embargo a comprender las histéricas reacciones causadas por la maqueta de un helicóptero en cartón.
La industria de errocópteros
Establecido el símbolo del helicóptero –una referencia directa a la huida de la Casa Rosada-, los artistas se regocijaron al ver en la televisión al presidente Macri visitando pocos días antes la primera fábrica argentina en construir helicópteros. Esto explica que al ser acosado por unos periodistas aterrados por el objeto de cartón y que le exigían explicaciones, uno de los artistas le haya contestado de manera divertida: “Nos parecía bueno […] tomar cosas que tengan que ver con lo que está pasando en el país, imágenes así como lo que es la recuperación de la industria, nuevos puestos de trabajo y como vimos la noticia que se están volviendo a fabricar helicópteros, pensamos, qué bueno mostrar algo de lo que se está produciendo […]”. No está de más decir que las estimaciones indican alrededor de 200.000 empleos eliminados durante el último año y que el discurso gubernamental quisiera que la Argentina esté a la espera de una “lluvia de inversiones” que riegue la industria local en sequía…
El sutil humor del errorista fue burdamente comentado por el locutor de un programa de infotretenimiento al exclamar “Nos cagó”, sin reparar en otra sutileza de la broma como puede ser la asimilación de la novel producción nacional de helicópteros a una doctrina que reivindica el mismo presidente Macri: el “desarrollismo” ( doctrina política de moda en América Latina a mediados de los años 50 y cuyo verdadero mensaje no es más que un blablablá tecnocrático alabando la industrialización). En Argentina, esta doctrina se asocia a Arturo Frondizi (1958-1962) cuya presidencia se caracteriza por la traición sistemática a todas sus promesas de campaña ( en los medios eruditos, aún se bromea a propósito de un ensayo de Frondizi preconizando el monopolio estatal sobre la explotación del petróleo argentino, siendo que una vez presidente se apresuró a firmar su explotación con la Standar Oil). Ahora resulta que a Macri, o a su equipo, se le ocurrió recubrir el vacío doctrinario que lo caracteriza con una capa de ilustre desarrollismo y unos cuantos elogios al difunto Frondizi, como para beneficiarse fácilmente de una incierta profundidad histórica de la cual carece. En definitiva, el apunte humorístico de Etcétera tiene varias lecturas posibles, aunque los periodistas hayan encallado en la primera.

A la espera de un mejor blanco el antiterrorismo dispara al cartón.
Sin importar a qué juegos simbólicos se dedique el “grupo del helicóptero” -que se presenta en las marchas como la Internacional Errorista- lo único que los medios y el gobierno quisieron ver en ellos fue un llamado destituyente. Por lo tanto, las intenciones del grupo carecen de importancia puesto que lo único que hicieron fue ofrecer al gobierno un objeto sobre el cual focalizar su ofensiva mediática: comparar abusivamente cualquier voz de oposición a una tormenta imaginaria jurada a derrocarlo. Los trozos de cartón de la Internacional Errorista dejan de tener relevancia. Entran en el dominio de la manipulación del Estado, porque el gobierno necesita dar un nuevo aliento al clásico pugilato Macri versus Kirchner. Esta es una necesidad constante del gobierno, que no anuncia ni una sola medida sin justificarla invocando los vicios del precedente mandato. Y después de este mes de movilizaciones populares que se multiplican cada semana, el clima no parece mejorar.
Basta, entonces, con interpretar la saciedad hirviente que empieza a expresarse en la calle como una simple manipulación de los kirchneristas (que por su lado esperan las próximas elecciones del mes de octubre para conseguir nuevos espacios de gestión que funcionarán luego como fuentes de financiamiento). Sobre todo, la vocación de esta farsa es criminalizar la protesta. El 24 de marzo fue presentado como una reivindicación de los grupos guerrilleros de los años 70, aprovechando el hecho que parte de las organizaciones de familias de desaparecidos asumieron el militantismo de sus familiares. Esto no es una novedad: a mediados de los años 80, Hebe de Bonafini, la presidenta de Madres de Plaza de Mayo, consideraba que la violencia de sus hijos desaparecidos había sido legítima mientras que la del Estado siempre había sido –y será- infame. La novedad es que las palabras de la hoy anciana mujer de casi 90 años son utilizadas por el gobierno para crear la falsa alarma de un golpe de Estado inminente, lo que le permite, de paso, recrudecer y aumentar el poder represivo de la policía. Y, como si no fuese suficiente, también reequipar el Ejército ya que el gobierno estaría preparando un pedido de armamento a los Estados Unidos por el valor de dos mil millones de dólares, entre los cuales también se encuentran helicópteros, pero no de cartón, sino de Boeing. Un gasto extraordinario nunca visto en los últimos 40 años, es decir, desde la última dictadura…
Parece que los erroristas chocaron accidentalmente con un naciente despertar del antiterrorismo en Argentina, y encontraron un enemigo a su justa medida:
[fuente: lundimatin#99, abril de 2017]