¿Brexit a la italiana? // Franco Berardi (Bifo)
Parálisis social y crisis de la democracia
en Italia
En los próximos meses, en el otoño del hemisferio
norte, habrá un referendum en Italia en torno a la cuestión institucional, a
las leyes electorales, o sea: sobre las formas de la política y de la
democracia.
En Italia,
como en casi todos los rincones del mundo, la democracia está bajo ataque.
El gobierno
de Mateo Renzi nació para imponer la gobernanza financiera, y por eso debe
eliminar cualquier obstáculo que frene la plena aplicación de las medidas de
austeridad que empobrecieron -y continúan empobreciendo- la sociedad. La
democracia es un obstáculo para el proyecto ordo-liberal que domina la escena
europea; y entonces la quieren reducir, recortar, despotenciar.
Lo que
queda (digamos bastante poco) de la izquierda democrática italiana se opone a
la reforma institucional que lanzó Renzi, y convocó a un Referendum y a votar
masivamente ‘no’. Por ahora hay incerteza. Parecería que el ‘no’
prevalecerá y que el gobierno Renzi perderá esta batalla. Y si esto ocurre, el
referendum abrirá una grieta decisiva en la gobernanza europea. Porque si el
gobierno Renzi pierde el referendum estaríamos frente a un efecto parangonable
con el del Brexit, y podría derivar en una crisis definitiva del modelo
austeritario impuesto por el sistema bancario y el gobierno alemán.
Es por ello
que me parece que el referendum italiano de otoño es importante: porque la
crisis del gobierno Renzi abriría el camino a una crisis del modelo neoliberal
en Europa.
En tanto,
si el objetivo de la izquierda se concentra solamente en la cuestión
institucional se corre el riesgo de dejar a la derecha el contenido
social, que desde esa postura se manifiesta como antieuropeista, con
reivindicaciones nacionalistas y soberanistas, y con el cierre de fronteras. Y
lo que hace falta es un programa basado en la redistribución de las ganancias.
¿Es posible? Es muy difícil que esto suceda en el corto plazo porque la
sociedad europea está paralizada.
Tras cinco
años de austeridad económica y falta total de democracia, la sociedad está como
paralizada con el miedo a los inmigrantes y con la guerra que se expande en
toda la zona euro-mediterránea.
Fraccionado,
desorganizado por la desocupación y por la precariedad, el frente laboral
parece incapaz de mostrar solidaridad y tiende a individualizar a los
extranjeros como su enemigo.
El punto es
que la crisis europea mostró que la democracia no importa para nada cuando
el poder se identifica con automatismos de tipo técnico y financiero. La
experiencia griega de 2015 es un trauma definitivo. Tras la victoria del ‘no’
al referendum que debía decidir si aceptar o no el diktat de
la troika austericida, Tsipras fue obligado a aceptar ese mandato porque el
sistema financiero estaba estrangulando al pueblo griego.
Como dijo
Mario Draghi hace unos años: en Europa hay un piloto automático que guía las
decisiones fundamentales.
Acontecimientos
como el Brexit y como la eventual derrota del gobierno Renzi ponen en crisis
esepiloto automático, e impiden funcionar a los automatismos
financieros. Pero el peligro es que esto abra el camino a los nazionalismos.
Justamente por eso no alcanza con ‘reivindicar’ la democracia. Lo más
importante es generar un programa social.
¿Qué
quiere decir entonces democracia?
En nombre
de la democracia Occidente hace sus guerras y ya conocemos los resultados: la
guerra en Irak de Bush tenía el objetivo declarado de llevar finalmente la
democracia a esa región. Y ha llevado muerte, devastación, guerra civil y
finalmente ha producido el monstruo del Daesh.
También la
palabra democracia ha sido bandera de los movimientos antiautoritarios y
obreros. Los movimientos anti-financistas como el Occupy reivindican la
democracia; las revueltas de los jóvenes árabes del 2011 tenían como consigna
la democracia.
Entonces es
claro que democracia es un equívoco, y el equívoco se desvanece, sobre todo
porque la democracia no funciona ni siquiera en los países que se proclamaban
paladines de la democracia en el mundo.
En la
ideología occidental la democracia es la meta por la cual hay que batirse y
prescindir de su contenido. Y ahí está el engaño.
La
democracia es un método, pero no un objetivo: es el método que
permite a las mayoría de la población decidir su destino, y a toda la
población, incluyendo las minorías, expresarse y actuar en el espacio público.
La democracia es una forma de la política que ha funcionado bastante bien
durante el siglo XX cuando el movimiento obrero era lo suficientemente fuerte y
unido para imponer los intereses de la sociedad contra el poder del capital.
La fuerza
social de los trabajadores era la base de este poder, y la democracia electoral
solo una manifestación.
La
democracia es un método de decisión, y ese método ha funcionado en muchos
países del mundo, y particularmente en Italia y Europa en los 30 años
subsiguientes al fin de la Segunda Guerra Mundial. En Europa la democracia fue
una conquista del antifascismo y fue consolidada por las luchas de los
trabajadores en los años 50, 60 y 70.
Luego, con
la victoria del programa neoliberal a partir de los años 80, los márgenes de
acción de la política se resintieron cada vez más.
Hoy
batallar por la democracia es un objetivo que no le apasiona a nadie. ¿Por qué
deberíamos creer en la democracia si en nombre de ella estamos siendo
empobrecidos, precarizados,humillados? Eso explica por qué la mayoría de los
trabajadores europeos están apoyando a la derecha. Un número creciente de
personas creen que la Unión Europea es la causa del empobrecimiento social.Y
como corolario crece el nazionalismo, y se expande el racismo contra los
inmigrantes, y la rabia social ya no encuentra un camino progresista,
socialista, racional.
La retórica
democrática perdió la fuerza de convencer, pero más aún, el método democrático
parece haber perdido consistencia y credibilidad.
Las propias
condiciones de la democracia moderna se desmoronan irreversiblemente por
razones que no son tanto políticas cuanto antropológicas, tecnológicas,
mediáticas. Porque para que el método de la democracia pueda funcionar hacen
falta dos condiciones. La primera es que la formación de la opinión se
desarrolle en condiciones de libertad. La segunda es que la voluntad de
la mayoría de los electores pueda ser eficaz, que las decisiones que tome la
población puedan influenciar la dirección real de la economía y la distribución
de los recursos.
Estas dos
condiciones fueron destruidas por el capitalismo financiero y mediático.
La
formación de la opinión no se desarrolla en condiciones de libertad porque los
grandes medios tienen el poder de influenciarla de manera decisiva y son los
que tienen el poder mediático. Lo ha demostrado en Italia la conquista del
poder por Berlusconi gracias al control del sistema televisivo, de la
publicidad y del deporte.
En segundo
lugar, la voluntad de la mayoría de los electores no está en grado de oponerse
o de escapar a las decisiones automáticas del sistema tecno-finaciero, como
demostró la victoria griega del verano 2015, cuando la voluntad de las mayorías
en el referendum del 5 de julio fue aplastada por los automatismos financieros
del sistema bancario europeo.
¿Entonces?
¿Se trata de restaurar la democracia? ¿Ese es el objetivo que debemos perseguir,
el que debemos indicar a la sociedad?
Creo que
no, ese no es el camino.
El camino
es otro: es construir las condiciones de la solidaridad social para imponer una
mutación del modelo productivo y distributivo. El pueblo europeo ha perdido
confianza en la democracia porque este método ya no garantiza los intereses de
la sociedad, y por eso la mayoría de la sociedad europea apuesta a la derecha,
y hacia posiciones de clausura nacionalista con políticas populistas y
autoritarias.
Hoy por
hoy, no se trata de restaurar el método de la democracia sino de liberar la
vida social, el saber, la cultura y la producción de las manos del capitalismo
financiero, o sea, de las formas que han vuelto inoperante a la democracia. Se
trata de hacer crecer un programa de transformaciones sociales que libere las
posibilidades del conocimiento y de la técnica de la forma que impone el modelo
desarrollista y de lucro. Se trata de crear un movimiento de reducción del
tiempo de trabajo, de crear un salario ciudadano, de la reapropiación social de
los recursos productivos del trabajo común que el capital financiero ha
secuestrado.
El terreno
sobre el que hay que actuar no es aquel del ‘método de la política’ sino
en el de los contenidos sociales. Y en este terreno la izquierda perdió, y
sobre este terreno está creciendo un social-nazionalismo que se afirma en las
elecciones y en las plazas de Europa y de Inglaterra pero también en
Norteamérica y en América Latina.
Es en este
terreno, en esa dimensión, que se puede reabrir una vía de progreso y de la
autonomía social que el capitalismo financiero y las políticas austericidas han
bloqueado.
[Fuente: purochamuyo.com / Cuadernos De
Crisis]