El pensador niño y adulto // María Gabriela Mizraje
La
obra de León Rozitchner (1924-2011) reviste una originalidad poco comparable
dentro del campo filosófico argentino. Polémico y apasionado, perseverante,
ácido y cálido, toma de la mano al lector y lo conduce por los pasadizos de sus
emociones, en medio de las ideas, de un modo insobornable.
L.
Rozitchner, amigo de Hegel y Levinas, del
Pentateuco y lo impío, de Simón Rodríguez y John William Cooke, puede ir
una y otra vez de los primeros años del cristianismo a los primeros años del
siglo XXI o de la fundación del psicoanálisis a los fundamentos de la
revolución cubana.
Bajo
el cuidado afectuoso de Cristián Sucksdorf y Diego Sztulwark, aparecieron 18
volúmenes que dan cuenta de la potencia, la versatilidad y la poesía de
aquel pensador.
Independientemente
de los acuerdos o rechazos ideológicos y políticos que pueda suscitar en unos o
en otros, e incluso de la atracción u oposición teóricas frente a sus
postulaciones, ni el lector más firmemente situado en las antípodas de las
líneas y las curvas trazadas por L. Rozitchner podría negar la importancia de
su impronta.
Esa
persistencia para tantear el alma, acariciar el cuerpo y sacudir la mente, a
través de la materialidad sensible que en León siempre evoca lo materno, hace
una juntura entre pálpito y reflexión allí donde el lenguaje restituye sus pliegues para echarse
a volar con hálito de verso o de versículo.
L.
Rozitchner practica una escritura fibrosa, conoce el valor de la filosofía del
lenguaje, explora dentro de sí lo que observa en el mundo y explora en el mundo
lo que advierte en su persona, por ello no teme a la perplejidad o al desgarro,
porque, en tanto formas vívidas, lo reconducen en su humanidad más plena al
reconocimiento de los otros, con los otros, entre los otros.
Su
pensamiento vivo, activo, las salpicaduras de sus manuscritos, sus formas de
rodear el objeto, sus modos de lanzar certeramente el dardo en el corazón mismo
de las ideas a menudo intuidas y de pronto consolidándose, recorren los muchos
volúmenes hasta ahora desconocidos, sobre la gravitación del total.
Siete
consisten en reediciones y los once restantes son libros inéditos o
parcialmente inéditos, ya que algunos pasaron por el caleidoscopio de una
reestructura, siendo agrupados con escritos nuevos. Este último fue el destino
que les cupo, dentro de la colección, a las compilaciones de Freud y el
problema del poder, Las desventuras del sujeto político. Ensayos y errores y El
terror y la gracia, que en su forma original habían sido publicados en los años
1983, 1996 y 2003, respectivamente y que ya no se encontrarán aislados bajo
estos mismos títulos.
Los
reeditados permiten volver a algunos de los aportes más decisivos y mejor
conocidos del autor, a lo largo de medio siglo: el primer libro de L.
Rozitchner, un ensayo de 1962 “sobre la significación ética de la afectividad
en Max Scheler”, Persona y comunidad; el otro ensayo de 1963, que enlaza
subjetividad, sociedad y política y que había quedado fuera de circulación
desde la década del `70, Moral burguesa y Revolución. El rupturista Ser judío y
otros ensayos afines, que Ediciones de la Flor había sacado en una fecha clave
para el judaísmo, el año 1967; el otro estudio de L. Rozitchner sobre Freud,
previo al antes mencionado, Freud y los límites del individualismo burgués
(1972); el libro con el que se aboca a la Argentina desde el exilio, Perón:
entre la sangre y el tiempo. Lo inconsciente y la política, que sale a la luz
en 1984, en Venezuela; luego, Malvinas: de la guerra sucia a la guerra limpia,
publicado en 1985 y, por último, la filosa revisión agustiniana de La Cosa y la
Cruz, de 1997.
Completando
este cuadro, la nueva composición y los destellos surgidos de los papeles
inéditos pueden hallarse ahora entre los siguientes libros: Filosofía y
emancipación. Simón Rodríguez: el triunfo de un fracaso ejemplar, un texto
clave que estuvo entre los primeros de la colección de la Biblioteca Nacional y
que hace del oxímoron una fuerza en la cual reflejarse sin desfallecer, a pesar
de todas las vicisitudes de las historias personales o la Historia mayúscula.
Levinas
o la filosofía de la consolación es, por supuesto, un abordaje a la obra del
fino autor de Difficile liberté, que L. Rozitchner venía elaborando con esmero
pero incluye asimismo la polémica con Oscar Del Barco en torno al concepto de
“No matarás”, a la que acabarían sumándose otras varias voces locales.
Cuestiones
cristianas tira la flecha hacia lo que se había convertido en una obsesión para
L. Rozitchner, siguiendo el mismo hilo que ya desovillara La Cosa y la Cruz;
allí, además de los siempre presentes parámetros comparativos entre judaísmo y
cristianismo, se detiene en el apóstol Pablo como un alucinado bíblico, en
sentido etimológico y en la fuerza de las lenguas. Génesis. La plenitud de la
materialidad histórica (y otras escrituras impías) es quizás uno de los más
límite e inquietantes, entre los textos nuevos. La inevitable pregunta por la
vida y la muerte, de quien ya parece estar sintiendo a esta última demasiado al
acecho, se abre con un poema de su autoría que es una sucesión de condicionales
e interrogaciones, tanteando en lo inefable, en lo desconocido, en lo incierto,
pendiendo —o dependiendo— de Dios o de la destrucción, del pensamiento o del
sueño de la existencia. En este texto, como en los otros de su última etapa, L.
Rozitchner se asoma hasta el aura, “la aureola imaginaria que portamos nos
acompaña siempre”, “el halo imaginario que nos envuelve”, de ahí que sea
imprescindible algo del orden de la restitución de la inocencia, porque sólo
los niños son capaces de captar esa aureola que los adultos ya no vemos. El
secreto tutelaje de la infancia aporta al mundo la emanación y percepción de
ese reflejo.
Alumbrado
acaso él mismo por las presencias infantiles, L. Rozitchner abraza estas
reflexiones con fervor y dando vueltas en su molino da cabida a otros escritos
como los que se albergan en la reunión de los textos de Marx y la infancia,
donde recuperamos el abordaje que había servido de tesis secundaria para su
doctorado en La Soborna, a través de la “negación de la conciencia pura en la
filosofía de Marx” (1962) y el recorrido de los conceptos del primer Marx, es
decir, de sus escritos juveniles; Rozitchner se detiene en el nudo que hace
converger mito, naturaleza e infancia, y reconoce en el pensamiento del
filósofo alemán la mitología fundante de las relaciones objetivas con la
naturaleza en las sociedades de la infancia de la humanidad. La cooperación vinculada
al cuerpo productivo, la expropiación de los poderes del cuerpo, la alienación,
la famosa polémica con Bruno Bauer en 1843 sobre “La cuestión judía”, son
algunos de los otros tópicos que atraviesa con pasión.
A
su turno, por Ensoñaciones fluyen los años de París, la familia, los amigos,
permitiendo o conformando cierto mosaico autobiográfico donde los sueños
(incluyendo la premonición) se enlazan con los recuerdos, y las lecturas con
las ciudades y las utopías. Retratos filosóficos es un paseo por los mundos de
algunos de sus interlocutores silenciosos del campo intelectual, ya amigos,
como Adelaida Gigli y Ramón Alcalde, ya bibliografías obligatorias, como Artaud
y Althusser, ya dos capítulos de la historia de la literatura argentina, el
rechazado Eduardo Mallea, a quien confrontara desde Contorno y el rodeado
Macedonio Fernández; ya una entrevista sobre Oscar Masotta, que L. Rozitchner
quiso que saliera en forma póstuma y dará de qué hablar.
La
lista se completa con distintos “Escritos”, los políticos, los psicoanalíticos
y los de fin de siglo. Por Escritos psicoanalíticos. Matar al padre, matar al
hijo, matar a la madre circulan ecos antiguos, figuras aisladas sobresalientes
y plurales de masas. Moisés, Edipo, la Esfinge, Freud, Clausewitz, Lacan, Sade,
el punto de articulación en que el poder se interioriza en el sujeto y “el
suelo como esencia de todo conflicto”, gestionando la guerra.
Escritos
políticos revisa las izquierdas, el peronismo, el neoliberalismo y llega hasta
el kirchnerismo. Insiste con el paradigma cristiano, en un contrapunto con el
marxista, donde advierte la crisis entre sus intelectuales, recuerda las
lecciones del exilio o repasa los primeros cuarenta años de Cuba. Desde la
promesa de aquello que necesariamente huirá, albergada en la esperanza
profética de Isaías (“Y huirá la tristeza y el gemido”), se pregunta una vez
más por el horror de las masacres, del genocidio y aborda los testimonios de
mujeres que sobrevivieron al exterminio articulado desde la ESMA. “Una
internacional del terror y de la muerte” denunciada para penetrar en “la
incógnita más escandalosa”, como León llama con lúcida razón al resorte de la
criminalidad humana. El volumen contiene así aportes fundamentales que habían
sido diseminados en revistas (también en diarios) a lo largo de medio siglo,
desde Contorno hasta los últimos tiempos en Página/12 y recoge y reagrupa
textos que habían formado parte de las Desventuras del sujeto político (1996) y
Del terror y de la gracia (2003).
Por
su parte, Escritos de fin de siglo insiste con Freud y Marx, recala en Spinoza
y Lévi-Strauss y además nos permite conocer sus lecturas, reinterpretaciones y
aportes a Todorov y a Buber para encarar al Otro, a Baudrillard para sentarse o
hincarse junto a la muerte, en la otra cara de la seducción, y al retorno de lo
arcaico para tantear respuestas sobre el rol de la conciencia histórica en la
posmodernidad y desplegar el enlace entre la negación y la nada, que L.
Rozitchner querrá desmontar en un juego de palabras: el “ano-nada-miento”. Como
en casi todos los tramos de su obra, los mandatos (o mandamientos) y las
resistencias a los mismos inauguran la tarea de la búsqueda de sentido para
huir hacia el fondo de una interioridad acunada.
Imposible
dar cuenta, en unas cuantas líneas, de tal vastedad y hondura como las que
atesoran los múltiples libros aquí desplegados, pero este recorrido se abre en
consonancia con aquella voluntad de que los papeles conocidos y los papeles
guardados se desarrollen de cara a todos, para traernos ya una cifra, ya un
murmullo, ya un empuje, ya un modo de reconocimiento o de reencuentro.
Las
obras se cierran con unas reflexiones en torno a Hegel, Hegel psíquico I (del
alma), lo cual hace entrever asimismo otra puerta entornada. El aliento del
título exhibe una promesa de continuidad. La interrogación del autor al texto
hegeliano radica especialmente en la forma en que la naturaleza humana se
distancia del resto de la naturaleza, en pos de la profundización de la
libertad del espíritu.
En
Hegel psíquico irrumpe aquello que un apunte sabe revelar y de lo que se nos
permite ser testigos: la indicación para uno mismo, la apertura en espejo, el
entreacto, el deseo de volver a los escritos, a las ideas, luego de alguna
pausa imprescindible: “Seguir aquí. [Me encuentro desconcertado: Hegel me
apabulla; por momentos siento como si un loco estuviera pensando en el vacío
alambique de un cerebro que destila pensamiento tras pensamiuento, y lo vuelve
a destilar y a refinarlo, como si con ello engendara la materia misma del mundo
en su desarrollo […] ¿Qué es lo que me maravilla y al mismo tiempo me repugna,
hasta siento náuseas […]?”
León
Rozitchner forcejea por llenar ese vacío dejado por la imagen, por su metáfora
potente. La ansiedad textual que lo oprimía en los últimos años y que su voz
traía una y otra vez en el teléfono (“tengo mucho que hacer, no voy a llegar”)
parece haber hallado la mejor respuesta entre sus propios archivos y, al fin,
la serenidad.
León
era, por formación, como David Viñas, de los que se exigían a sí mismos tanto
como a los otros siempre un poco más, de ahí cierto sello de disconformidad
pero también de ahí la actividad perpetua y la oscilación entre el escepticismo
y la esperanza.
Y
a Rozitchner, crítico tan a menudo disconforme o nihilista, se le nota cuánto
cree en el amor y puede seguírselo en el hilo de una estela que no se apaga,
aquella de lo materno irreductible. Es ésa una vibración de lectura en la cual
hasta el feminismo más puro o más duro podría detenerse, porque no se trata de esencialismos
sino de la más sutil construcción de la subjetividad, con las repercusiones de
lo arcaico y la contundencia de los cuerpos.
Dichosos
nosotros frente a su logro, pues, bajo el susurro de su trazo firme e
insinuante, podemos recordar que si toda inflexión filosófica está situada en
su contexto, no menos cierto es que ningún momento histórico podrá abolir jamás
la reflexión.
Políticas
del ser y del poder, aura de los lenguajes y los tiempos, desde las
fulguraciones de la historia hasta las premoniciones de la vida, León
Rozitchner, con su filosofía ensoñada, nos ofrece un recorrido intenso, lleno
de nombres propios, de revisiones y búsquedas de un más allá que es más acá que
nunca cesa.