Todo lo que cambia con los secundaristas [1] // Peter Pál Pelbart
En carta abierta a los que ocupan escuelas, el filósofo celebra: contra el teatro agotado de la vieja política, ustedes reavivan la potencia del deseo, de la ruptura y el disenso.
Traducción: Igor Peres y Santiago Sburlatti
Quiero
saludar a los secundaristas aquí presentes, profesores, funcionarios, padres de
alumnos, amigos y simpatizantes de este movimiento glorioso. Agradezco la
oportunidad de hablar en una escuela en que estudié por siete años, en una
época en que la enseñanza pública todavía gozaba de gran prestigio y
credibilidad, establecimiento éste que fue escenario de uno de los más pioneros
y combativos momentos en la eclosión del movimiento.
La
ocupación de más de doscientas escuelas al final del año pasado por los secundaristas
de São Paulo, en protesta contra un plan de reorganización de la red pública estadual por el gobierno de Alckim, pasará a la historia como uno de los gestos
colectivos más osados en la historia reciente de Brasil. Yo diría, sin
titubear, que este movimiento destapó la imaginación política en nuestro país.
El coraje y la inteligencia con que esta lucha fue conducida, la manera
democrática y autogestiva con que se sustentó, las formas de movilización y
comunicación que aquí se inventaron, el modo en que supo suscitar el diálogo y
la conexión con las diversas fuerzas de la sociedad civil, la manera autónoma
que demostró a lo largo de todo el trayecto, merecen nuestro más vivo aplauso y
admiración. Sin embargo, más allá de eso, constituyen una verdadera clase de
ética y política para todos nosotros. Si nuestros políticos aprendieran el uno
por ciento de lo que aquí se enseñó, nuestro país sería otro.
Como se
dijo en ese momento, mientras los niños se comportaron como verdaderos
políticos, los políticos actuaron como niños. Hay mucho para pensar al respecto
de esa inversión, y estamos lejos de haber extraído de ella las lecciones y las
consecuencias que se imponen. Una cosa es elogiar la madurez, la
responsabilidad, la organización interna, toda la prudencia que no dio lugar a
la vileza de los medios de comunicación, que sólo buscaban alguna señal de
disturbios, orgía, drogas, para criminalizar el movimiento. Aunque esa cautela
ha sido eficaz, desde mi punto de vista no fue lo más importante. Ustedes
introdujeron en paralelo al teatro agotado y degradado de la representación
institucional una nueva coreografía política, produciendo una atmósfera muy
refrescante, un afecto colectivo inusitado, una dinámica de proliferación y
contagio, una manera inédita de manifestar la potencia multitudinaria que
prolongó lo mejor que tuvo el 2013, sin dejarse capturar por lo que de peor
ocurrió allí.
Independientemente
del desenlace concreto del movimiento, fue un momento en que la imaginación
política se destrabó. La imaginación política no es una esfera soñadora y
desconectada de la realidad, al contrario, es precisamente la capacidad de
conectarse con las fuerzas reales que están presentes en una situación dada,
las fuerzas del entorno, pero también las fuerzas de ustedes. Las ocupaciones
desencadenaron un proceso imprevisible cuyo carácter al mismo tiempo disruptivo
e instituyente dejó a todos estupefactos. No me cabe a mí hacer un análisis de
lo que ocurrió, y sí a quienes protagonizaron el movimiento y lo expandieron,
en el cuerpo a cuerpo, en el día a día, en el combate físico, en el antagonismo
ético, en la inteligencia colectiva.
Pero
puedo decir, desde afuera, que ustedes operaron un corte en la continuidad del
tiempo político. Esto significa que la percepción social y la sensibilidad
colectiva en la ciudad de São Paulo sufrieron una inflexión. Es la dificultad
en toda ruptura: no puede ser leída sólo con las categorías disponibles antes
de ella, categorías éstas que justamente
la ruptura está en vías de poner en jaque. La mejor manera de matar un
acontecimiento de ese orden es reinsertarlo en el encadenamiento causal,
reduciéndolo a los diversos factores que lo explicarían y lo agotan, en lugar
de desplegar lo que traen embutido, aunque de modo balbuceante y embrionario,
de nuevo, de inaugural, de fundante.
A los
ojos de nuestros gestores políticos, la resistencia de los secundaristas no
pasa de una reacción pasajera, de un estorbo a ser rápidamente removido, una
locura juvenil. Pero de repente, se invirtió la ecuación –locura fue lo que apareció a los ojos de todos, desde la
prepotencia sorda del Secretario de Educación hasta la barbarie fascista de la
policía militar, protegida por el Secretario de Seguridad y que se abatió sobre
el cuerpo de los niños y jóvenes de manera intolerable, fuera y dentro de las
escuelas.
Quería
insistir en este aspecto tan importante, a mi modo de ver –un acontecimiento
como el del año pasado, con su cortejo de arbitrio, de violencia, abuso, pero
también de movilización, iniciativa, afirmación, representó un corte abrupto en
la percepción social sobre la enseñanza, la escuela, la policía, el Estado, el
poder, el deseo. Esta ruptura, este giro y su efecto significan lo siguiente:
lo que hasta entonces era una trivialidad cotidiana, de repente se vuelve
intolerable. Por ejemplo, hasta entonces parecía natural que quien decidía
sobre los equipamientos escolares eran los gestores, no sus gabinetes;
súbitamente esto aparece como una aberración intolerable. Como eso, todo un
conjunto de cosas se vuelve intolerable. La mercantilización de la educación, las relaciones de poder
vigentes dentro de la escuela, la disciplina panóptica, los modos desgastados
de enseñanza, aprendizaje, evaluación, hasta el objetivo mismo de la escuela. Al
mismo tiempo, en contrapartida, lo que hasta entonces parecía inimaginable (los
alumnos puedan ocupar y administrar los espacios que les son destinados, no
sólo para reivindicar sus derechos, profundizarlos, ampliarlos, sino también
para experimentar la fuerza de un movimiento colectivo, autogestivo, sus
posibilidades infinitas e inusitadas) se torna no sólo posible, sino sobre todo
deseable.
De pronto,
ya no se tolera lo que antes se toleraba, y se pasa a desear lo que antes era
impensable. Esto significa que la frontera entre lo intolerable y lo deseable
se desplaza –y sin que se entienda cómo ni porqué, de pronto parece que todo
cambió: ya nadie más acepta lo que antes parecía inevitable (la escuela
disciplinadora, la jerarquía arbitraria, la degradación de las condiciones de
enseñanza), y todos exigen lo que antes parecía inimaginable (la inversión de
las prioridades entre lo público y lo privado, la primacía de la voz de todos
los estudiantes, la posibilidad de imaginar una escuela otra, una enseñanza
otra, una juventud otra, ¡incluso una sociedad otra!).
Un
acontecimiento en el sentido fuerte de la palabra, como el que fue producido en
el interior de este movimiento, divide el tiempo en antes y después. Ya no se
puede volver atrás –algo de irreversible se desplazó en el cuerpo, en el
afecto, en la imaginación, en la comprensión de los estudiantes, pero también
en la de sus padres, de los profesores, de sus familias, de la comunidad, de la
ciudad. Y lo que aconteció se convierte en una especie de farol, de
incandescencia, de marca indeleble, de referencia ineludible- ya no es posible
fingir que nada ocurrió, que se puede pasar por encima de esto, que se puede
volver a la misma sumisión o apatía o pasividad de antes. Y que fue muy fuerte
lo que se vivió, fue muy intenso, fue más que una experiencia, fue una
experimentación colectiva, microplítica y macropolítica, que abrió un campo de
posibles, y por consiguiente puede ser retomada en cualquier momento, y puede
ser prolongada, ampliada, traspuesta, tal como de hecho va contagiando otros
Estados de Brasil, de forma variada.
Godard
decía que los niños son prisioneros políticos. Nada más verdadero. No digo que
lo son solamente en manos de las familias, de las escuelas, de los psicólogos,
de los psiquiatras, de los pedagogos, de los medios, del mercado, de los juegos
electrónicos destinados a ellos etc… Es justamente en los momentos en que la prisión
revela su arbitrariedad, y su legitimidad es puesta en cuestión, es justamente
ahí que aparece su fuerza y fragilidad, su peso y su vulnerabilidad, y queda
claro que gran parte de su eficacia reposa en el miedo y en la intimidación. Lo
mismo se puede decir de los secundaristas: justamente cuando perciben que están
a merced de las varias instancias del Estado encargadas de decidir sobre su
destino a partir de un gesto burocrático, que perciben cuánto este poder
desmesurado pretende decidir sobre su vida más cotidiana, es entonces que todo
se da vuelta, porque es cuando dejan de estar a merced, ya que sienten lo
intolerable de la situación, y no pueden hacer otra cosa que partir hacia el
enfrentamiento, para la resistencia activa y pasiva, para las calles, rompiendo
con gran osadía el bloqueo de los medios, o el bloqueo militar, el bloqueo
jurídico, el bloqueo del miedo o de la intimidación.
Tal vez
podamos decir todos lo mismo, hoy, en este momento gravísimo que atravesamos de
ascensión de un fascismo pavoroso, tal vez seamos todos prisioneros políticos
en medio a un estado de excepción donde la más grande conspiración entre
canallas de todo tipo esté dando vuelta la mesa democrática dicha
representativa. Más que nunca, la lección que ustedes dejaron es de una
importancia capital. Pues es preciso ir mucho más allá de las categorías aún
manipulables por el discurso político, o mismo mesurables por los
planificadores y economistas, y redibujar el campo de las posibilidades de la
vida. Atrevámonos a la pregunta: ¿y si esta operación de destape de la
imaginación política se extendiese a la sociedad como un todo? Si por momentos
tenemos la impresión de que todos desean lo mismo, dinero, confort, seguridad, ascenso
social, prestigio, placer, felicidad, hay momentos en que queda claro que eso
es un espejismo engañoso, diseminado por la cultura mediática y publicitaria,
por un supuesto consenso capitalista que camufla formas de vida en lucha, no
solo clases en lucha, con todas las segmentaciones y herencias malditas,
esclavistas, racistas, elitistas, etc., sino también conflictos entre modos de
existencia que colisionan, formas de vida distintas en pugna flagrante, anhelos
plurales.
Es fácil
constatar que modelos de vida mayoritarios, por ejemplo el de la clase media
tomada como patrón, propagada como un imperativo político, económico y
cultural, de consumo desenfrenado, y que se impuso al planeta entero –
extermina cotidianamente modos de vida “menores”, minoritarios, no solo más
frágiles, precarios, vulnerables, sino también más vacilantes, disidentes, ora
tradicionales, como lo de los quilombolas o indígenas, ora, al contrario, aún
nacientes, a tientas, o mismo experimentales, como los que ustedes ensayaron.
No es
fácil rechazar la predominancia de un cierto modo de vida genérico, con el modo
de valorización que está en su base – por ejemplo, esta teología de la
prosperidad, que no es exclusividad de las iglesias pentecostales, y que se va
infiltrando por todas la partes. ¿Cómo cepillar esa hegemonía a contrapelo, revelando
las múltiples formas que resisten, se reinventan o mismo se van forjando a
contracorriente y a pesar de la hegemonía de un sistema de mercado, moldeado
por mecanismos de control y monitoreo eficaz y sutilmente o nada sutilmente
despóticos?
Eso se
agrava mucho en el contexto actual, frente a este golpe
parlamentar-financiero-mediático-jurídico-religioso, donde se asoma todo el
arcaísmo esclavista aliado a la más peligrosa manipulación de la fe, que va de
la mano con intereses económicos precisos y una máscara de legalismo y
modernidad autoglorificada. Sí, vivimos en un momento especialmente cruel, en
lo cual el carácter más flexible, anónimo, oscilante, de algunos mecanismos de
poder económico y político no pueden ocultar la brutalidad más retrograda de la
cual dependen, y con la cual se conjugan violentamente, imputando la violencia,
como siempre, a los que contestan esa alianza espuria, criminalizando aquellos
que la rechazan con vehemencia.
Entonces,
toda la cuestión está en cómo ampliar el campo de la política, o pensar la
dimensión política de las formas de vida, y de la sensibilidad que les
corresponde, o para formularlo de una manera aún más precisa: ¿cómo pensar la
propia política a la luz de esa cuestión de las formas de vida que la antecede?
Tal vez Foucault siga teniendo razón: hoy en día, al lado de las luchas
tradicionales en contra de la dominación (de un pueblo sobre otro, por ejemplo)
y contra la explotación (de una clase sobre otra, por ejemplo), está la lucha
contra las formas de sujetamiento, es decir, sumisión de la subjetividad, que
prevalecen. Pues nuestro tiempo inventó modalidades de servidumbre inauditas. Y
lo que los secundaristas nos enseñaron es que las formas de resistencia también
se reinventan. La horizontalidad y su ausencia de centro o comando en las
ocupaciones y manifestaciones dramatizaron una geografía otra de la conflictividad.
Es difícil nombrar un cambio así, y sobretodo transformarlo en pauta concreta. ¿Cómo
traducir en propuestas las nuevas maneras de ejercer la potencia, de hacer
valer el deseo, de expresar la libido colectiva, de eludir las jerarquías, de
hacer circular el discurso sin quedar a merced de la lógica de la
representación, de redibujar la escuela, de hacer ruptura, disenso?
En todo
caso, todo indica que la ocupación de las escuelas no aspiraba y no aspira
exclusivamente a la elevación del nivel
de enseñanza, el respeto a los espacios de aprendizaje, las modalidades de
consulta y decisión, para no decir gestión, sin hablar de las cosas elementales
como la garantía de la comida, pero de algún modo, en esta experimentación
surgieron muchas otras cosas. Si las protestas evocaron un rechazo de la
representación (nadie nos representa, nadie puede hablar en nuestro nombre, ni
siquiera alguien de nosotros que pretendiese ser nuestro representante), tal
vez también hayan expresado cierta distancia con relación a las formas de vida
que se vienen imponiendo brutalmente en las últimas décadas, en nuestro
contexto así como en nuestro planeta como un todo, y que atraviesan la escuela,
fatalmente: productivismo desenfrenado aliado a una precarización generalizada,
movilización de la existencia con vistas a finalidades cuyo sentido se nos
escapa a todos, capitalización de todas las esferas de la existencia – en suma,
un nihilismo biopolítico que no puede tener como respuesta sino justamente la
vida multitudinaria puesta en escena, en la escuela, en las calles, en las
plazas, en la Asembléia Legislativa, en la autarquía estadual que administra
las Escuelas Técnicas de São Paulo, etc.
En medio a reivindicaciones muy concretas,
puntuales, precisas, muchos otros deseos se dejan expresar en la dinámica del
proprio movimiento. Las reivindicaciones pueden ser satisfechas, pero el deseo
obedece a otra lógica – tiende a la expansión, se distribuye, contagia,
prolifera, se multiplica y se reinventa a medida que se conecta con otros.
Hablamos de un deseo colectivo, donde se tiene inmenso placer en ocupar
colectivamente un espacio antes ocupado por la policía, en ir a la calle
juntos, en sentir la pulsación multitudinaria, en cruzar la diversidad de voces
y cuerpos, sexos y tipos, y aprehender un “común” que tiene que ver con
las redes, con las redes sociales, con la conexión productiva entre los varios
circuitos, con la inteligencia colectiva, con una sensorialidad ampliada, con
la certeza de que la escuela debería ser el corazón de una sociedad, y no su
apéndice agonizante, así como en 2013 algunos sostuvieron que el transporte en
São Paulo debería ser un bien común, así como en Turquía los jóvenes
consideraran que el verde de la Plaza Taksim en Estambul era común, así como lo
debería ser el agua, la tierra, internet, las informaciones, los códigos, los
saberes, la ciudad, de modo que todo tipo de privatización e enclosure en
su versión actual constituye un atentado a las condiciones de la producción
contemporánea, que requiere cada vez más el libre compartir del común. Tornar
cada vez más común lo que es común – otrora algunos llamaron eso de comunismo.
Un comunismo del deseo. La expresión suena hoy como un atentado al pudor. Pero
es la expropiación común por los mecanismos de poder que ataca y destruye
capilarmente aquello que es la fuente y la materia misma de lo contemporáneo –
la vida (en) común, la inteligencia común.
Tal vez
una otra subjetividad política y colectiva se estuviese experimentando, en este
movimiento y en otros, como el de Parque Augusta y muchos otros, para lo cual
carecemos de categorías y parámetros. Más insurreccional, más anónima, más
múltiple, de movimiento más que de partido, de flujo más que de disciplina, de
impulso más que de finalidades, con un poder de llamamiento incomun, pero también con una capacidad
de organización horizontal, sin que eso garantice nada.
Es
difícil medir tales movimientos sin usar la regla de la contabilidad de la
marcearía o del partido de futbol. ¿“Cuánto lucramos”, “en qué terminó”, “a
cuales fuerzas favoreció”, “finalmente quién venció”?, preguntarán. No se trata
de menospreciar la evaluación de las fuerzas en juego, sobretodo en un país
como el nuestro, en que una vasta alianza conservadora distribuye las cartas y
conduce el juego hace siglos, independientemente de los regímenes que se
suceden o de lo que dicen las urnas. Es decir, no se trata de confiar en la providencia,
sino, al contrario, afilar la capacidad de discriminar las líneas de fuerzas
del presente, fortalecer aquellas direcciones que garanticen la preservación de
esta apertura, y distinguir en el medio de una corriente de agua lo que es
remolino y lo que es una ola grande y prolongada, cuáles son constituyentes, cuáles
apenas repiten lo instituido, cuales comportan riegos de retroceso.
En todo
eso, no se debe subestimar la inteligencia cartográfica y la potencia psicopolítica
de los secundaristas. Yo diría, para retomar una formula conocida, que una de
las definiciones de ética es estar a la altura de lo que nos ocurre. Creo que
el movimiento de los secundaristas estuvo plenamente a la altura de aquello que
les ocurrió, del acontecimiento que les tocó experimentar, inventando
dispositivos concretos que permitirán sostenerlo, intensificarlo y expandirlo.
Solo puedo desear que esta charla sea parte de esta movilización, incluso en
las condiciones muy adversas del presente, que no tienden a enfriarse.
* El
texto fue leído en el Colégio Fernão Dias Paes, en 28 de abril de 2016 durante
un debate público sobre el tema de la ética, con la participación de Marilena
Chaui, alumnos, padres, profesores y funcionarios de la escuela, por la
iniciativa de Dalva Garcia, profesora de la escuela e de la PUC-SP: En la
madrugada siguiente, alumnos de la escuela resolvieron retomar la ocupación en
solidaridad a la ocupación del Centro Paula Souza.