Sobre cómo vivimos el 20 de diciembre de 2001
Crónica de la
“Batalla de Plaza de Mayo”
(en cuatro escenas)
Mariano Pacheco
Según las noticias de primera hora, el
día había amanecido con
siete nuevos muertos: tres en Rosario, dos en el Gran Buenos Aires, uno en
Cipolletti y uno en Santa Fe. Los heridos contabilizados ascendían a 137 y los
detenidos 551.
“El PJ, a través de Menem, Ruckauf y
Duhalde, apoyaron el estado de sitio”. Así venía la mano, según informaban en
los diarios. “Clima de barricada en Córdoba, hubo 15 heridos y 30 detenidos”.
“Enfrentamiento a balazos en Rosario”; “Otro día violento en Entre Ríos.
Autoridades atrincheradas en la policía”; “La Plata: protesta con incidentes”.
Los vecinos que participaban de los
distintos Movimientos de Trabajadores Desocupados (MTD) que integraban la
Coordinadora Aníbal Verón, estuvieron yendo de acá para allá toda la mañana:
cobrando los planes sociales ($160); comprando algunos regalos y comida para
las fiestas; “saldando” deudas, especialmente con los almacenes; cruzándose a
lo del vecino para comentar las últimas novedades; arrimándose al Galpón
Popular a conversar con sus pares de la organización.
Ellos, como tantos otros, eran quienes
formaban parte de lo que aquel día el diario Clarín llamó “el
ejército de pobres” que en el último año se había incrementado en 3 millones de
personas, es decir, 8.260 por día, aproximadamente.
A las 10.15 del 20 de diciembre de
2001, una muchedumbre se concentró en Plaza de Mayo. A los 15 minutos, la
montada avanzó sobre las Madres de Plaza de Mayo. Luis Zamora fue el único
“político” que pudo pasearse entre la multitud. El repudio a las lógicas de la
representación, presente desde hacía meses en el ambiente político argentino,
comenzaba a profundizarse en aquellos momentos.
A las 13 se cumplieron 12 horas desde
la renuncia de Domingo Cavallo. El mismo que siendo ministro de Economía
durante la presidencia de Carlos Menem había implantado el Plan de
Convertibilidad. El mismo que promovió las privatizaciones para cancelar la
deuda… y generar un nuevo endeudamiento del país. El mismo que defendió a capa
y espada la desregulación de la economía, provocando un proceso abismal de
desocupación y precarización laboral, ahora debía enfrentar el enfurecimiento
popular. Él y el presidente radical Fernando De la Rúa, que ese año lo colocó
como ministro de Economía nuevamente y le otorgó luego “poderes especiales”.
–“Ahí veíamos en la tele que estos
milicos hijos de puta le tiraron los caballos encima a las viejas, loco, y
nosotros hace un par de semanas tuvimos un compromiso con las Madres, que nos
íbamos a bancar en la lucha. Así que si tocaron a las viejas es como si tocaran
a nuestras viejas, loco, yo voy a ir a poner el pecho ahí. Él siempre dice
loco, ¿viste?; recién ahora empezó a decir compañeros. Claro, Quito estaba con
todas las pilas y con todo el compromiso desde la Marcha de la Resistencia, que
desde el Movimiento de Desocupados compartimos con las Madres de Plaza de Mayo.
Antes de eso, Quito ni siquiera sabía quiénes eran las Madres, pero desde que
compartimos aquellos piquetes en la Plaza y se enteró que, cariñosamente, a las
Madres podía decírseles Viejas, las adoptó como una bandera de dignidad y
lucha”, escribió Pablo Solana por aquellos días, en un crónica ficcionalizada.
Ya desde el día anterior, diversos
combates se habían desarrollado en todo el país: cortes de rutas en tres
ciudades de Entre Ríos; en Chaco y corte del puente interprovincial General San
Martín (Chaco-Corrientes). En Capital Federal, un masivo “cacerolazo”
nocturno, con una gran marcha a Plaza de Mayo.
–Che, cumpas, ¿está todo listo?
–apuró Tony.
–Sí, vamos yendo, porque el gordo ya no
llega –respondió Mariano. –Capaz hay bardo para viajar y lo vemos directamente
en la estación.
–¿Y cómo carajo llegamos hasta la
plaza? –preguntó una de las chicas que integraba aquél puñado de jóvenes
piqueteros que se dirigía, desde Claypole, a la Capital Federal.
–Y… subimos al bondi y le
decimos que nos lleve o nos lleve –respondió uno de los chicos.
Al subir al colectivo Griselda intentó
el método de la persuasión:
–¿Nos lleva a Burzaco, jefe? El chofer
miró gruñón.
–Lo que pasa es que vamos a un velorio
–remató.
II-
A las 14 horas se desarrollaron
enfrentamientos en Mar del Plata, Córdoba, Río Negro, Mendoza, Neuquén y
Chubut. La marcha piquetera, que estaba programada para realizarse a Plaza de
Mayo, fue levantada a último momento por la dirección de la Federación de
Tierra y Vivienda (FTV) y la Corriente Clasista y Combativa (CCC).
“La abuela, que medio que no ve ni
escucha y medio que no entiende, preguntó cuando nos vio salir: ´¿esta lucha es
para defender los Planes de Empleo?´ . Y le contestó Marisa ¡Esta lucha es por
el cambio social, compañera!´”.
En Lanús, la asamblea general del MTD
había resuelto marchar a Plaza de Mayo. “Con los que estén dispuestos”, se
escuchó decir al Pelado Pablo, ya que la cosa estaba bien jodida. No era como
otras veces, que se podía ir en familia y llevar a los chicos.
“Don Sixto, parco en hablar con
nosotros, los más pendejos, después en el colectivo se me arrimó, y me dijo:
´Yo tenía 15 años, y fui con mi padre el 17 de octubre´. Así, eso solo me dijo
el viejo. Volvió a su asiento, y se quedó mirando por la ventana. ¡El viejo
había estado el 17 de octubre, y ahora, cuando me hablaba, le brillaban los
ojos!”.
--Los ojos bien abiertos, cumpas. ¡A
ver si caemos en cana antes de llegar!
El grupo de jóvenes piqueteros de
Almirante Brown ya estaba en las calles de la Capital, luego de haber logrado
sortear diversos obstáculos: tomar un colectivo desde Claypole hasta la
estación de Burzaco; subir al último tren que desde allí partió hacia
Constitución, antes de que la empresa decidiera cortar los servicios. Por fin,
al llegar, pasar por los controles de seguridad.
–Bueno, formemos grupos de dos y
empecemos a caminar. En la Plaza nos juntamos todos y vemos –dijo Mariano,
mientras tomaba a Griselda de la mano y emprendía la marcha. Era un viejo
método, que había aprendido en las primeras pintadas que realizaron cuando
comenzaron la militancia en los colegios secundarios. “Siempre que se esté por
pudrir –les había contado un compañero con mayor experiencia política– se
distribuyen de a dos o tres. Si son dos, un hombre y una mujer, mejor, así se
hacen la parejita inocente”. Y así hicieron ese 20 de diciembre.
La Plaza de Mayo era un verdadero
hervidero. Más y más gente se dirigía allí, al histórico lugar de reclamos y
festejos; de protestas y esperanzas.
“La policía persiste en la orden de
desalojar la Plaza. Dos hermanos están encadenados al piso de la Plaza, cerca
de la pirámide. Un muchacho joven, con el torso desnudo esgrime una cruz, de
rodillas. Otro hombre, de mediana edad, grita, gesticula, monologa dirigiéndose
a La Rosada. Los periodistas se abalanzan. Son las 15 horas. El hombre dice
tener trabajo, pero preocuparse por aquellos que lo han perdido. Quiere saltar
la valla que separa a los manifestantes de la Casa de Gobierno. Lo empujan.
Sigue protestando y, en unos pocos segundos, se saca los pantalones y los
calzoncillos. Está desnudo. Los policías quedan desconcertados. No saben qué
hacer. Durante segundos no saben qué utilizar contra un hombre desnudo. Por fin
lo suben a un celular”, apuntó en un cuaderno Mariano Rodolfo Martín, minutos
después de ver las imágenes por la televisión.
La Federal, desbordada, se retira en un
colectivo, rompiendo los vidrios traseros, para no dejar de disparar en el
repliegue. A las 15.15 aparecen los hidrantes: la gente les tira cosas desde
los balcones. A la media hora se incendia una boca del subte A, en Avenida de
Mayo y Diagonal Norte.
–¡Llegamos tarde! –dijo ella. Él no
respondió: estaba anonadado, observando aquello que creyó producto de su
imaginación.
Entonces, cientos de personas, jóvenes
en su mayoría, combatían sobre la Avenida de Mayo contra las “fuerzas del
orden”. Los rostros cubiertos con remeras. Armaban barricadas con carteles
publicitarios, los prendían fuego. Cuando la caballería avanzaba todos los
muchachos y también las chicas les arrojaban piedras. Cuando los gases
lacrimógenos caían, los manifestantes los devolvían.
–Acaban de matar a un pibe… recién… acá
–dijo una voz entre la multitud.
–¡Sí, estos hijos de puta están tirando
con plomo!
A pesar de esa advertencia, ni Mariano,
ni Griselda, ni el resto de los cientos de presentes en aquella esquina,
estimaron retirarse del lugar.
–Che, perdimos a todos, ahora sí que no
los encontramos más –dijo Griselda. Al instante Mariano respondió:
–No importa, esto ya se transformó en
revuelta; que cada uno haga lo que pueda. Se desvanecía así, todo el esquema
organizativo y de seguridad que, previendo que se desatara una represión,
habían acordado antes de salir.
Cuando abrió su mochila para sacar las
remeras y chalinas palestinas que habían llevado para cubrirse el rostro, miró
para la esquina y observó que, entre la multitud, se encontraba un grupo de
militantes de la CTD Aníbal Verón de La Plata. Se acercaron a saludar, pero
enseguida comenzaron las corridas y los perdieron.
En Avenida de Mayo y 9 de Julio se armó
un foco importante de resistencia. Allí, Mariano y Griselda encontraron
nuevamente a Tony, La Tota y el resto de sus cumpas del MTD de Almirante Brown…
y también, a sus pares de Lanús y de San Francisco Solano. Estaban todos: los
muchachos y las chicas del grupo de seguridad, los que participaban en el día a
día de la organización barrial de los movimientos y también, todos los
“referentes” de esos MTD. Entre los miles de resistentes se hallaba uno, que
por entonces, era uno más de la muchedumbre: Darío Santillán.
III-
–Estamos todos –dijo Mariano.
En aquel instante un colectivo quedó
atravesado en la intersección de las dos avenidas: la multitud corrió a
refugiarse tras él. Como en una guerra de posiciones, se ganaba un tramo sobre
el enemigo. Todos comenzaron los aplausos: un joven arrojaba una bomba molotov
sobre el colectivo. Y luego otro aplauso… y otro… hasta que ya nadie aplaudió:
ninguna de las “molos” se había encendido. Nuevas corridas, nuevos piedrazos y
nuevos aplausos: esta vez para los motoqueros que, encolumnados, avanzaban
sobre las fuerzas de seguridad y tras ellos, toda la multitud, enardecida y a
los gritos, hostigando nuevamente a la policía que, otra vez, debía retroceder.
A las 16.10 De la Rúa convocó a la
“unidad nacional” y le pidió apoyo al PJ. A las 17 (¡por fin tomando cartas en
el asunto!) las dos CGT convocaron a un paro por tiempo indeterminado. A esa
hora ya se sumaban a la lista cuatro jóvenes muertos en las cercanías a Plaza
de Mayo. A las 17.30 el presidente del Senado Ramón Puerta, aclaró que el PJ no
se sumaría al “Gobierno de unidad” convocado por la Alianza.
Durante horas se avanzó y se retrocedió
enfrentando a las fuerzas de seguridad, que agotaron sus municiones. Ya caída
la tarde la situación se había tornado complicada: la tanqueta que iba y venía
sobre la 9 de Julio, sumada al despliegue policial que de una punta a la otra
de la avenida comenzaba a avanzar, despejó por completo el foco de resistencia
del que participaban los muchachos y las chicas de los MTD del Conurbano
Bonaerense.
La multitud, dispersa, corría por las
calles laterales. El sol se retiraba y comenzaban algunos saqueos; algunos
saqueadores fueron silbados y abucheados por la multitud cuando intentaban
vaciar algún pequeño comercio. Algunos militantes se llevaron “algo”, pero de las
empresas y negocios “grandes”. Sergio, de un grupo de contrainformación se
llevó una cámara filmadora: “No la robo, la expropio para las luchas del
pueblo”, gritó exaltado. Uno de los referentes del MTD de San Francisco Solano
corrió con unas zapatillas nuevas… sólo media cuadra, hasta que escuchó una voz
que le gritaba: “Boludo, tenés una de cada color”. Entre nervios y risas
Alberto volvió al lugar a llevarse las dos del mismo par.
Otros militantes se dedicaron a señalar
lugares para romper y prender fuego: “a esa sí, que es una multinacional”,
gritó Carlitos. “A ésa también, que es una privatizada”. “Sí, sí, dale a los
móviles de Oca”, insistió Chile, como le decían cariñosamente sus compañeros
del MTD. “No, boludo, ese coche no, ¿no ves la pinta que tiene? Debe ser de un
laburante”.
A las 19.12 horas los gobernadores se
reunieron en Merlo, provincia de San Luis. Hasta que renuncia Ramón Puerta, los
ofrecimientos para el interinato como presidente rozaron a De la Sota y
Reutemann. Ambos rechazaron la oferta por el mismo motivo: querían quedarse
hasta 2003 y completar el mandato que De La Rúa dejaba vacante. La Asamblea
Legislativa debió reunirse dentro de las 48 horas siguientes y elegir un nuevo
presidente. Pero nadie quería asumir por dos o tres meses para luego convocar a
elecciones. Sin embargo sólo el que aceptara eso sería elegido: es que Eduardo
Duhalde lo necesitaba para poder presentarse como candidato. Cuando finalmente
quedó Ruckauf, elCabezón se puso de punta y lo vetó. Rodríguez Saá,
el Adolfo, parecía ser el candidato…
“Qué cagazo, qué cagazo, lo echamos a
De la Rúa, los hijos de Cordobazo”. Eran las 19.45 y esa consigna era coreada
en varias barricadas, que aún se mantenían en pie: tras 740 días de gobierno,
De la Rúa había presentado su renuncia. A las 19.52, luego de la última foto en
su despacho, se retiró en helicóptero, tal como Isabelita lo había hecho en
1976.
Era la primera vez que una rebelión
popular culminaba con la expulsión de un gobierno constitucional. La primera
vez en la historia argentina que se sucedían combates masivos con las fuerzas
represivas en pleno microcentro porteño (antecedentes similares, pero no en el
microcentro, los podemos encontrar en la Semana Roja de 1909 y la huelga
general insurreccional de 1936.). La democracia de los cuerpos se había
impuesto a la frugal república del voto, según palabras del periodista Modesto
Emilio Guerrero.
De la Rúa había renunciado. Me enteré
en un bar cuando miré por la vidriera, luego de encontrarme en una esquina con
otros compañeros que salían de un edificio en el cual se habían escondido, al
igual que yo en una remisería, luego de los últimos tiroteos y detenciones que
la policía había realizado después de despejar los alrededores del Congreso. Ya
era de noche y el último foco de resistencia ubicado por Belgrano y Entre Ríos
había sido despejado. A mi compañera de entonces la había perdido en una
esquina, cuando la tanqueta despejó la 9 de Julio y los compañeros se
replegaron por otra calle. Al volver el cansancio me rendía. Abrí la ventana
del colectivo y mientras el viento golpeaba en mi cara, lo único que pensé fue:
estoy vivo.
IV-
Habían pasado exactamente 24 horas
desde el comienzo del fin; cuando De la Rúa intentó asumir un gesto de
autoridad y anunció por cadena nacional la implementación del
Estado de Sitio por 30 días.
Tan solo 24 horas. Parecía una película
pero era real. En dos horas el país entero se había puesto de pie: a los cinco
minutos del anuncio presidencial comenzaron a sonar las cacerolas. Primero en
Belgrano y Barrio Norte. Luego se sumaron Palermo, Flores, Chacarita, Liniers y
Villa Crespo. A los diez minutos ya empezaban las juntadas en diversas esquinas
y a la hora el Congreso y la Plaza de Mayo estaban repletos de gente.
Increíble, pero así fue. 122 supermercados
y comercios del Gran Buenos Aires y 17 de la Capital Federal fueron saqueados
durante el día 19. A las 0 horas del 20, 100 mil personas entonaron el
Himno Nacional en Plaza de Mayo y a los veinte minutos caravanas de
manifestantes se concentraban simultáneamente en la Quinta de Olivos y en
Palermo, frente al domicilio del ministro de Economía que, media hora más
tarde, ya no lo sería. A las 0.50 comenzó la represión en Plaza de Mayo y
ahí lo inesperado: cientos fueron los que resistieron a cascotazos las
balas de goma y gases lacrimógenos. Minutos más tarde empezaba el fuego. Al
comenzar a arder las palmeras de la Plaza de Mayo ya estaba todo dicho… el país
entero se encendía: había comenzado la insurrección.