Verónica Gago: “El neoliberalismo hoy es una paradoja que desdibuja la frontera entre arriba y abajo, explotación y resistencia”
por Amador Fernández-Savater, Marta Malo y Débora Ávila
¿Es el neoliberalismo
una política que viene "de arriba" y que sólo por arriba se puede
combatir? ¿Es el pueblo una simple víctima inocente y/o pasiva de sus
políticas? Entrevista a Verónica Gago, autora de La razón neoliberal.
¿Cómo funciona concretamente el neoliberalismo? ¿Se trata
simplemente de una política dirigida desde arriba por partidos y gobiernos y
que, por tanto, sólo desde arriba con otros partidos y otros gobiernos se puede
combatir? Pero entonces por abajo qué. ¿Qué es el pueblo, lo popular? ¿Una
entidad pura, exterior a la lógica neoliberal, simples víctimas pasivas o
inocentes? ¿En qué consiste la resistencia al neoliberalismo, realmente está
donde esperamos encontrarla: en los partidos o los colectivos políticos, en las
realidades explícitamente militantes o activistas, en un afuera limpio de
dominación?
Estas son algunas de las preguntas que se plantea la
argentina Verónica Gago, profesora en la universidad de Buenos Aires (UBA) y de
San Martín (UNSAM), periodista y parte integrante del colectivo de
investigación militante Situaciones, en un libro recién editado por Tinta Limón
Ediciones: La razón neoliberal. Economías
barrocas y pragmática popular.
Y las preguntas se plantean no simplemente en abstracto o desde
la teoría, sino a partir de tres historias muy concretas de la ciudad de Buenos
Aires en contacto con las cuales se ha pensado y escrito este libro: la Feria
ilegal de La Salada (la más grande de toda Latinoamérica), los talleres
textiles clandestinos (más de cinco mil en la ciudad, se calcula) y la villa
(el barrio) conocida como 1-11-14. Son historias de emprendimientos activados
desde las clases populares que mantienen una relación ambivalente con las
condiciones neoliberales de existencia, entre la adaptación y el
desbordamiento, entre la obediencia y la rebeldía, entre la explotación y la
autonomía.
La Feria de La Salada,
los talleres textiles clandestinos, la Villa, tu libro trabaja con estas tres
situaciones, ¿cómo diste con esos mundos, cómo funcionan?
Por un lado, está la feria masiva La Salada, cuyo origen fue
la crisis de 2001, pero que desde entonces no para de crecer y desarrollarse.
Su impulso inicial se debe a un circuito migrante, especialmente boliviano, y a
un saber hacer asociado a él, que se combina muy bien con el momento de crisis
económica y política en Argentina. En La Salada se vende casi de todo a precios
muy accesibles. Es un lugar muy poderoso de comercio y consumo popular de
alcance transnacional (vienen contingentes de Paraguay, Bolivia, Uruguay e
incluso Chile, además de todas las provincias argentinas).
Mucha de la ropa que allí se encuentra proviene de los
llamados talleres clandestinos de costura, donde trabajadores migrantes
confeccionan para grandes marcas y también para venta feriante. La mayoría de
los talleres están ubicados en algunas villas o barrios donde gran parte de la
población es migrante. Se trata de una secuencia genealógica, pero también
revela una lógica de mutua contaminación, de permanentes reenvíos, de
complementariedades y contradicciones. Porque hay trayectorias que se tejen
entre la villa, el taller textil, la feria y un conector entre ellos es la
fiesta popular, religiosa y comunitaria. Son tres situaciones ensambladas y
parte importante de la investigación fue tratar de ver y entender cómo
funcionaban esas conexiones.
¿Y qué relaciones se
dan entre esos tres mundos?
En la villa se renueva permanentemente la población migrante
y es un lugar de producción de una multiplicidad de situaciones laborales que
van del autoemprendimiento a la pequeña empresa, pasando por el trabajo
doméstico y comunitario, en relaciones de enrevesadas dependencias. Pero
también en ella se “sumerge” el taller textil clandestino para aprovecharla
como espacio de recursos comunitarios, de protecciones, de favores y de fuerza
de trabajo.
A su vez, la feria articula el trabajo del taller textil,
pero también la posibilidad de comercios minoristas, de importaciones en
pequeña escala (por ejemplo, ropa interior importada de China que se va a
buscar a Bolivia para vender en La Salada) y de venta de servicios de todo tipo
(incluso financieros). La feria exhibe y publicita la clandestinidad del taller
textil de manera compleja, en la medida en que mixtura una producción no del
todo legal y sustentada en condiciones de extrema explotación con la ampliación
del consumo popular y el impulso a una cantera de empleos diversos. Se trata de
una realidad tan ambivalente como el modo en que la villa expone una lógica
desenfrenada de un mercado inmobiliario informal combinado con la posibilidad
de ensanchar la capacidad de alojamiento en el centro de la ciudad a los y las
migrantes.
La dinámica de la fiesta, a la vez celebratoria y ritual,
moviliza buena parte de los recursos y las energías, de las legitimidades y
aspiraciones, que articulan el taller, la feria y la villa.
Pensando en esas tres
situaciones o mundos que ahora describes, afirmas que el neoliberalismo no es
sólo una política macro, una política vehiculada por los “grandes actores” (los
gobiernos, los Estados, etc.), que se trata de desafiar y ampliar la definición
de neoliberalismo, ¿podrías desarrollar un poco más esto?
Hay definiciones que sirven para dejarnos tranquilos: si
decimos que el neoliberalismo son las políticas de privatización, desregulación
y flexibilización, tipo años 90, estamos con una foto estática, vieja y, sobre
todo, que se nos queda chica. Esa foto nos habla de políticas que derraman el
neoliberalismo hacia abajo, de centros malignos de donde emana el poder o de
doctrina del shock. Sin embargo, el neoliberalismo -como política activa de
creación de instituciones, lazo social y subjetividad bajo el modelo de la
empresa- ha conseguido instalarse más bien de un modo muy dinámico y
multiforme, tanto “por arriba” como “por abajo”. Por eso hablo de ampliar su
definición.
Ampliar la noción consistiría, primero, en poner el foco en
la materialidad de cómo se resuelve la vida día a día, tanto las instituciones
como los grupos y las personas. Desde ese desplazamiento del foco es posible
evaluar con más realismo, por un lado, la persistencia del neoliberalismo en los
territorios aún bajo gobiernos supuestamente anti-neoliberales como los de
América Latina y, por otro, su propia capacidad de mutación a manos de ese
flujo tan versátil que son las finanzas. En segundo lugar, ampliar la noción de
neoliberalismo pasa también por pensarlo como una modalidad polimórfica y veloz
de lectura y captura (o intento de captura) de lo que podemos llamar los
dinamismos sociales, como son los mundos y las situaciones que comenté antes.
Por tanto, no se trata simplemente de una miniaturización
(como si dijésemos simplemente: hay que pasar de los grandes actores a los
pequeños), sino de analizar los planos donde se juegan las relaciones de fuerza
para ganar espacios, ganar tiempo y defender esa posibilidad expansiva que es
la política emancipativa.
En América Latina, se
dice, los gobiernos progresistas han derrotado al neoliberalismo. De hecho,
intelectuales como Emir Sader hablan de
“posneoliberalismo” o de “gobiernos posneoliberales”. Es un relato que viaja
ahora hacia Europa y sirve como modelo o referencia para las experiencias de
Syriza o Podemos. Tu visión sin embargo es muy otra. ¿Cómo se ha desarrollado,
en las últimas décadas, el cuestionamiento del neoliberalismo en América Latina?
El neoliberalismo se puso en cuestión, en diversas partes de
América Latina, gracias en primer lugar a las numerosas resistencias que,
resumiendo mucho, consistieron en un rechazo masivo a las formas de pobreza y
de gestión de la exclusión, lo cual se logró a través del protagonismo social,
popular, organizado y callejero (en mi país, por ejemplo, recordemos los
movimientos de piqueteros, las fábricas recuperadas, las asambleas barriales,
etc).
Pero en este punto, las teorías políticas que tienen como eje
fundamentar la acción estatal realizan -especialmente durante los últimos años-
un drástico robo: expropian a los movimientos de ese protagonismo o, como
mucho, lo reconocen simplemente como un nivel pre-político. Eso inmediatamente
coloca a figuras fuertemente cuestionadas en las crisis –en particular a los
políticos, los intelectuales y los medios de comunicación– en un nuevo primer
plano. Y a la vez implica una miserabilización de los pobres, un ninguneo de
las experiencias de base.
Pero también existiría otra forma de pensar esta secuencia,
este calendario, que es bajo la idea de porosidad de las instituciones en tanto
que ellas, para recrearse y reorganizarse, se abren a estas experiencias
populares bajo diversas modalidades de reconocimiento y negociación. Esto
supone admitir que incluso las instituciones que hoy se animan a revitalizarse
con los términos del lenguaje de la soberanía sacan su energía de lo que fueron
los descontentos multitudinarios.
América Latina es más interesante pensada desde esta tensión
–entre el problema de lo destituyente y lo instituyente- que como un grupo de
gobiernos que son los superhéroes del “posneoliberalismo”. Por lo demás, el
neoliberalismo muta y sobrevive “por arriba” y “por abajo”. Por arriba, en las políticas extractivas-desposesivas de los
gobiernos progresistas; por abajo, en los fenómenos de nueva empresarialidad
popular en torno a los que trabajo.
En el libro,
desarrollas esta idea de “neoliberalismo desde abajo”. Pero ese neoliberalismo,
según dices, no es simplemente la reproducción “por abajo” o “entre los pobres”
de las políticas neoliberales, sino un fenómeno abigarrado, ambivalente,
desafiante incluso para el neoliberalismo “oficial”. No es una idea nada obvia,
nada fácil de entender, ¿podrías exponerla?
Una precisión primero. Para mí La Salada, los talleres o la
villa no son exactamente “casos”. Creo que, como decía algún filósofo, si los
problemas no tienen referentes prácticos no son buenos problemas. Más que casos,
las situaciones con las que trabaja el libro son referentes prácticos a partir
de los cuales algunas cuestiones se vuelven pensables y, por tanto,
problemáticas. Aquí, la idea de problemática toma un tono tanto foucaultiano
como marxiano que yo resumiría, rudamente, en dos preguntas: la pregunta por
las nuevas luchas y la pregunta por la producción de valor hoy.
Es decir, lo que los referentes prácticos de La Salada, los
talleres y la villa nos permiten pensar es cómo hoy en día el binarismo
capital-trabajo se pluraliza de un modo tal que el antagonismo no es nítido, lo
cual pone en cuestión toda una definición de la conflictualidad política en
términos de lucha de clases, bloque contra bloque, etc. Sin embargo, los
conflictos siguen siendo la orientación privilegiada para pensar el poder y sus
fronteras que, aún si son fluctuantes, móviles y difusas, no por ello dejan de
ser menos existentes.
Hecha la precisión,
repito la pregunta: ¿en qué sentido el neoliberalismo por abajo no es sólo la
reproducción “entre los pobres” de esa lógica de gestión empresarial de la vida
entera a la que llamamos neoliberalismo?
Sí, es una idea muy distinta a aquella otra que para hablar
de persistencia del neoliberalismo argumenta simplemente una interiorización
pasiva o una estricta servidumbre voluntaria que ahora, incluso, habría
alcanzado a las clases populares. Y es distinta porque implica de forma
simultánea la adaptación y la resistencia al neoliberalismo en territorios y
desde sujetos que suelen caracterizarse más bien como meras víctimas.
Es una fórmula paradójica, en el sentido de que no postula
una clara agenda anti-neoliberal a la vez que muestra apropiaciones plebeyas,
resistencias tácticas y nos saca del lugar común del victimismo. Cuando hablo
de paradoja intento salirme de un binarismo simple y lateralizar el
razonamiento. No es una cuestión estética o un gusto por la complejidad
abstracta, sino el intento de dar cuenta de una tensión donde la pulsión
libertaria se camufla, se apropia y se confunde con los elementos neoliberales
que se imponen.
El “neoliberalismo desde abajo” es el terreno donde el
neoliberalismo avanza y fracasa. Avanza, porque sus lógicas se despliegan en la
experiencia popular. Un ejemplo concreto: la especulación financiera en la toma
y ocupación de tierras. Pero también fracasa porque se ve desafiado por
dinámicas que lo desbordan y que muestran justamente que la ecuación
deseo=capital no siempre se realiza, no es un a priori y, sobre todo, puede ser
desbordada por unas prácticas que no encajan en el imaginario de la izquierda,
ya sea neokeyneasiana o revolucionaria. Aquí otro ejemplo concreto: el modo en
que la Feria La Salada desafía en la práctica la idea del consumo como
distinción de clase y de un tipo de empresariado de elite, poniendo al alcance
de cualquiera las mercancías “de lujo” y cuestionando la gestión de la escasez.
Hablas de
"conatus" como el motor de estas economías populares, ¿cómo es
posible que un concepto de la filosofía de Spinoza sirva para pensar la
dinámica de las economías populares?
El conatus para Spinoza es la energía o la fuerza para
existir, para “perseverar” en nuestro deseo. Es una definición de lo humano
como ser deseante y de los esfuerzos que hacemos para desplegar la vida
entendida justamente como deseo. Emprender, arreglárselas, salvarse, salir
adelante, sobrevivir, progresar y, para todo ello, conquistar espacios y
tiempos en condiciones de expulsión y desposesión: el motor de las economías
populares tiene que ver con este conatus, con esta estrategia vital no
estrictamente individual, con este cálculo que no es simplemente un cálculo
neoliberal. Pensarlas desde ahí permite verles el filo de politicidad.
¿Por qué, en qué
sentido?
El filósofo francés Étienne Balibar dice, por ejemplo, que el
conatus de Spinoza y la tensión del presente siempre en movimiento de
transformación, teorizada por Marx, son los dos elementos que plantean la
cuestión de la práctica y ya no de la conciencia como elemento determinante de
la política y el cambio social. Son conceptos que refieren a la vida práctica
colectiva y que permiten pensar la política como una materialidad problemática
de la vida.
Por contraste y como ejemplo, el reino lingüístico de los
significantes flotantes de Ernesto Laclau, que se citan tanto últimamente, creo
que hacen el trabajo inverso: la política deja referir a la vida pasional
colectiva para hacer que todo (afectos y lenguaje) coagule, por fin, en una
demanda unificadora y, por tanto, en una instancia operativa (liderazgo y
Estado). De ahí que la política se autonomice en un sentido muy preciso: se va
al cielo de los significantes... ¡y hoy los medios de comunicación tienen la
llave de ese reino!
¿Es diferente ese
“conatus” de las economías populares a la búsqueda del beneficio neoliberal,
produce otros efectos distintos a la persecución de la utilidad y el interés?
Por supuesto, desde cierto punto de vista, podría decirse que
lo que aparece en las economías populares es el reverso de lo que Deleuze
llamaba la problemática izquierdista: la autogestión, la autonomía y la
transversalidad. ¿Por qué? Porque desde cierta perspectiva allí sólo se ven
ansias de progreso, obediencia y gueto. Sin embargo, puede pensarse una
torsión: ¿cómo la autogestión popular reorienta la idea de progreso?, ¿cómo la
autonomía es capaz de negociar formas de obediencia parciales y estrategias de
desacato?, ¿cómo la transversalidad necesita confrontarse con la idea protectora
(y no sólo discriminadora) del gueto? Son preguntas complicadas que dan cuenta
de ese carácter paradójico, no lineal, en el que se inscriben las formas de
combate a la persistencia neoliberal.
Este sería el punto clave: ¿cuál es la determinación de esos
conatus? ¿Cómo detectar su orientación estratégica? Otro modo de la pregunta
clásica sobre el deseo de servidumbre: ¿y si la economía del deseo está
perfectamente dinamizada por la mercancía? Acá está el desafío de pensar en
serio lo que con distintos compañeros y compañeras venimos llamando un
“realismo de la potencia”: no se trata de adecuarse a lo posible, sino de
partir de las condiciones existentes para abrir un posible.
Es una fórmula que tiene para mí mucho que ver con lo
que Raquel Gutiérrez Aguilar llama “los
principios operativos” de lo común: formas de construcción de autoridad, de
organización territorial y de producción de la riqueza que actualizan la
dimensión colectiva más allá de las fórmulas del socialismo estatal, pero
también que combaten el moralismo de sospechar siempre de la movilización
plebeya como algo que necesita guía espiritual e intelectual (porque no desean
lo que debieran).
Hacia el final del
libro, haces una especie de contraste entre dos “paradigmas” teóricos, la
“política de los gobernados” de Partha Chaterjee y la “razón populista" de
Laclau, para pensar en qué sentido cada uno de ellos sirve para dar cuenta de
los movimientos que describes en el libro.
Cuando Partha
Chatterjee habla de cómo hacen política los gobernados (y no “el pueblo” o “los
ciudadanos”, que remiten al Estado), hace una maniobra léxica y política
justamente para desvictimizar a las poblaciones periféricas que en América
Latina vemos enfrentar lógicas desposesivas, extractivas y expulsivas cada vez
más intensas. Estas formas de resistencia son también de negociación e implican
una serie de cálculos que dibujan una pragmática vitalista: una dinámica de
captación de oportunidades bajo relaciones de fuerza marcadas por la condición
neoliberal. Una política de conquistas locales y concretas, una pelea dentro de
los propios mecanismos de poder. Una especie de “momento maquiaveliano” que no
tiene expresión política en el sentido más o menos clásico.
Por otro lado, la teoría de la hegemonía, tal como la plantea
el populismo, tiene por lo menos dos problemas. Primero, que la tarea principal
queda en manos de políticos e intelectuales que pareciera que, a diferencia de
los colectivos y los movimientos, no se cansan, no tienen problemas internos,
no gastan tiempo en decisiones de tipo asambleario y por eso tienen el secreto
de la representación/delegación política. Es una suerte de superestructura más
eficiente, con menos contradicciones, más racionalista y que, por supuesto,
confía sobre todo en un batalla discursiva (cuando, en realidad, el
neoliberalismo opera en un nivel muy práctico). Segundo, la idea de que en la inmanencia,
es decir en el terreno en el que se combaten las mediaciones artificiosas, no
habría un trabajo delicado de articulación, sino un espontaneísmo infantil,
incapaz de decisiones, demasiado concreto.
En estos dos puntos veo justamente un desprecio político a
los conatus estratégicos que, sin embargo, sí son convocados a la hora de la
explotación del valor y de la construcción de la infraestructura urbana justo
allí donde la llamada política no llega.
Por último, ¿cuál sería
tu relación como investigadora y militante con la villa, la Salada y los
talleres textiles? ¿Vas a la enésima búsqueda de “un nuevo sujeto político”?
¿Qué piensas que vuelve “política” a una investigación teórica?
Buscar un sujeto de la emancipación implica que ya se tiene
en la cabeza cuál es y cómo debería ser. No es el caso. Pero esto no significa
que nos despojemos del problema de la emancipación, es decir, de cómo se dan
hoy formas de sujeción y subjetivación que van construyendo figuras sociales y
expandiendo su poder social, su fuerza material para definir la riqueza común.
En este sentido, la investigación, creo, es política cuando
busca armar una cartografía, un mapa estratégico, en el sentido de las
preguntas de las que hablábamos antes: ¿por dónde pasan ciertas líneas que
están abriendo una novedad en términos de formas de
hacer-trabajar-pelear-imaginar?, ¿dónde, cuándo y para quién deben buscarse la
racionalidad, la productividad y la prosperidad?, ¿qué fronteras de conflicto
se evidencian y cómo funcionan?
La economía política de los territorios y su crítica es el
suelo donde se libran estas preguntas como batallas. Pero son batallas por lo
común que no son ni estrictamente comunitarias (con la evocación de arcaísmo
que carga esta palabra) ni soportan eslóganes sencillos. Ahí la investigación
colectiva tiene la función política de estar a la altura de esas tramas
productivas, barrocas, abigarradas, ambivalentes, y entender su orientación
estratégica.
(Fuente: www.eldiario.es)