Sobre el concepto de política
por Ignacio
Lewkowicz
Ahora, a partir de una serie de
conversaciones con Diego, aparece paulatinamente la idea de que lo
que caracteriza el pensamiento político es el hecho de trabajar como
pensamiento, como actividad de pensamiento, como máquina de pensar, en multitud
de cuerpos, de cabezas, de prácticas. No está destinado a todos sino que está
trabajando en todos. Es decir que el pensamiento político no remite a la figura
textual de autor sino al trabajo de determinación desde la inmanencia de cada
situación. Y esto solo es posible desde
el sesgo de la inconsistencia de la situación[1]
Por ejemplo, en torno a las
variantes del marxismo en los años ´70 en Argentina habíamos visto que el
advenimiento de grandes masas a la política, –es decir, no la incorporación de
muchos a una idea sino el trabajo de pensamiento de esos muchos en la situación–
hace que en una acepción política de la ley de Murphy, todas las posibilidades
se den, todas las combinatorias se den, simultáneamente y a una gran velocidad.
Por otra parte, vimos con
Maquiavelo que la modernidad política consiste en situar no al hombre sino a
los hombres en el centro; y no al hombre de razón –ese sí sería unificable–
sino a los hombres hechos de razón y pasión –esos sí no unificables en “el
hombre”–. Así, en ese centro no está la unidad científica sino la multiplicación
política. También ahí el pensamiento político piensa en y desde la multitud que
piensa.
Pero la figura moderna de la
política se organiza en torno del estado y el poder. En rigor, en la medida en
que estado y poder son los términos cantados de la política, esta política trabaja
en torno de invariantes. El pensamiento de la multitud estará ligado, si se
quiere, de manera inmanente con esta trascendencia no vista como trascendencia,
no percibida como trascendencia, no vista como estructura, que es el estado. En
nuestra situación actual, la figura de estado
resta inmanencia al pensamiento político. Pero la categoría política remite en tanto que categoría precisamente a
esta trascendencia extrasituacional que es el estado. Es decir que en un
pensamiento contemporáneo, en un pensamiento situacional, la categoría estado
no es central, a veces ni siquiera necesaria. De modo que la categoría política
es ajena al pensamiento situacional.
El pensamiento que llamamos
político desde una serie de convenciones y hábitos, no se llama político desde
sí. Desde sí sólo encuentra sus puntos de afirmación para un recorrido subjetivo.[2]
El pensamiento político piensa políticamente cuando la palabra política
desaparece de su horizonte. La palabra política resulta irrevocablemente
metafísica en la medida en que extrasituacionalmente permite reconocer una dimensión
de las situaciones desde la mirada del filósofo, si se quiere. Badiou decía que
la verdad era un concepto filosófico que permitía captar las políticas como
pensamiento desde la filosofía. Yo diría que la categoría política misma es una
categoría filosófica para captar la subjetivación en nombre de eso. Para pensar
subjetivamente en términos de situación, para pensar políticamente las
situaciones, será imprescindible suprimir el término política como referente
supuestamente inmanente de esa actividad.
Para radicalizar la posición,
diría que no hay política en situación, es decir, una realidad transituacional
que se afirme en distintos polos o distintos puntos de constitución
situacional, sino que más bien la política –si llamamos política a la voluntad
afirmativa– trata precisamente de afirmar las situaciones. Política del
pensamiento, política de situación, es ante todo afirmación de la situación,
afirmación del pensamiento, afirmación de la situación como pensamiento y del
pensamiento como situación. El componente que solemos llamar político exige que
esa situación sea tramada en pensamiento por la composición múltiple de sus
habitantes.
En síntesis, la palabra política
no es política sino metapolítica.
Bs. As., 7 de junio de 2001
[1] Nota para la discusión con Diego:
¿cómo se abre la inmanencia? ¿Está siempre ontológicamente dada? ¿Procede de un
acontecimiento?
[2] Caminando me di cuenta de que los
gestos con la cara para afirmar y negar contienen una metáfora: afirmar es
poner firme, y el gesto ascendente pero sobre todo descendente, es un
transmutado lejano del implantar un término en el piso, de plantar algo.
Afirmar es poner firme, es plantar. La negación, correlativamente, es el gesto
de suprimir, de correr, de borrar, de desplantar.