La liberación del consumo
por Oscar Monti
“Por lejos que hayan descendido los geólogos
en las profundidades de la
Tierra , no han encontrado más que estrato sobre estrato. Pues
hasta su eje, el mundo no es más que superficies superpuestas y estratos superpuestos.
A costa de inmensos esfuerzos nos abrimos un camino subterráneo en la pirámide;
a costa de horribles tanteos a ciegas, llegamos a la cámara central; con gran
alegría vislumbramos el sarcófago; pero levantamos la tapa -¡y no hay nadie!-
el alma del hombre es un vacío inmenso y aterrador.
¡Es seguramente en el río del mundo exterior
que nadan la tenca y la perca dorada!”
Herman
Melville
Desde hace
tiempo el audaz animal que es Diego Valeriano viene asolando con sus tesis
-disparatadas y/o/por exactas- la parsimonia habitual de este blog. Una de
ellas llamó poderosamente mi atención, y de paso me sacó del letargo que la
vejez otorga como un salvoconducto hacia la muerte: el consumo libera. Y no solo pronunció la tesis, sino que la señaló
como tendencia del presente, fase superior de la época y de sus personajes,
fuera de toda moral y juicio, en su desnudez.
El eslogan, jingle o axioma de Valeriano no es de por
sí original, más bien es un robo a mano armada a la verba de nuestra
presidenta, quien fue una de las primeras (junto a Néstor claro está) en
detectar el vínculo indisoluble entre consumo
y liberación. Millones de autos, de celulares,
de splits, de militantes y de votantes así lo confirmaban. Pero veamos uno poco
más de cerca que hay detrás de esto.
Es obvia la provocación, y no por obvia menos potente,
pero hay que decirlo, su cinismo no es liberal, no es un festejo del acto libre
de consumir, no es “soy libre ergo consumo” sino “consumo ergo soy libre”, o
más bien me libero a través del consumo. Por tanto ahuyentemos de entrada la
habitual reacción instintiva, que más que instinto denota estupidez, de los
izquierdistas, sean kirchneristas o no. No digamos que Valeriano “le hace el
juego a la derecha”… No, no, sus dardos parecen ir para otro lado…
Un amigo intelectual, al que le conté la ocurrencia, y
amparado en el sólido arsenal de su racionalidad filo-marxista (con una pizca
de new age, claro está), la rebatió
de inmediato: “¿de qué nos libera el consumo?, ¿cómo puede el consumo liberarnos
si justamente trama un vínculo de dependencia con los objetos, y por su intermedio
con otros seres, y nos aliena de nuestra propia esencia, de nuestras cualidades
humanas”. “Incluso un peronista, me dijo, es decir un librepensador, es decir
un ente que no piensa, podrá percibir la diferencia entre, y cito textual ‘que
un negro tenga ahora heladera, coche y televisor’, y ‘que se haya cumplido el
sueño de la patria liberada’”.
Nunca me sirvió hablar con él, digo, con mi amigo
intelectual, no sé por qué lo sigo viendo… me da un poco de pena… siempre quiere
hablar… por eso lo escucho…
Volvamos al asunto. Alguien que no entendía muy bien
qué eran los intelectuales, aún cuando alguna vez pudo habérselo confundido con
uno, decía que el poder consiste en imponer una tarea cualquiera a una multiplicidad
humana cualquiera. En ese sentido, el poder es lo más abstracto del mundo. Por
otro lado, decía que el poder no es una forma sino una relación de fuerzas, es
la relación de la fuerza con la fuerza. Y en ese sentido es el abstracto más
concreto y plural. Ni relación de una fuerza sobre una persona (violencia), ni
relación de una fuerza sobre una cosa (trabajo), sino siempre relación de la
fuerza con la fuerza. Hay una fuerza que manda y una fuerza que obedece, y
ambas son fuerzas, por tanto variables, y no pertenecen ni se encarnan
esencialmente en nadie.
Esos dos pensamientos me hicieron pensar (¡milagro!)
en la tesis valeriana del consumo liberador. Y pude aclarar un poco más mi
sospecha de que el consumo es aquí el consumo desnudo, consumo a secas, más allá de los objetos, bienes
o servicios o seres, consumir por
consumir como en una fiesta interminable, como se encarga de subrayar el
homo-valeriano.
El consumo
es la tarea cualquiera que se impone a la multiplicidad humana cualquiera… y agregaría… en
un espacio abierto. Ya que la operación de poder también pudo haber
funcionado bajo forma de encierro, pero ya no es mayormente así. El poder se
ejerce en el espacio abierto. ¿Pero entonces, si se trata de una operación de poder,
qué diablos podría tener de liberador? Un primer efecto de liberación, no
desdeñable, es lo real. Ver lo real libera. Y sobre todo evitar el lamento por
el contenido de lo real. El consumo, en tanto núcleo duro de lo real, libera.
Pero sobre todo, localizar uno de los emplazamientos (por definición móviles)
de poder permite emplazar focos (también móviles) de resistencia. Poder y
resistencia van siempre juntos. No se resiste el consumo, sino que se resiste en el consumo. Se resiste en el real.
Eso, si se quiere resistir…
Avanzamos un poco, entonces, el consumo como fuerza desnuda, más allá de todo objeto o ser, fuerza
sobre fuerza, acción sobre acción, que induce, disuade, reparte, vuelve
probable. Fuerza que envuelve a todos
y todas. Por eso me retracto de mi escrito anterior, qué viejo boludo soy,
pensaba que el nuevo poder pastoral se basaba en que la pastora velaba
individualmente por nosotros, sus ovejitas… No, es la fuerza impersonal la que
vela, es la fuerza sobre la fuerza, el consumo como fuerza, nuestro deseo como
fuerza, fuerza que manda y obedece, que es “nuestra” sin que nadie llegue nunca
a poseerla.
El consumo en su
cruda desnudez libera. Y libera en tanto fuerza que da y recibe movimiento,
en tanto devela otras fuerzas al intensificarse, en tanto desborda. De allí el
temor al negro con plata, como al rolezinho, que progresa y prolifera. Negrus potens. El paso siguiente, en
tanto se trata de una fuerza, es pensar su diagrama. Y es todo un programa
social. Si los pobres no tienen su diagrama, tendrán su archivo. Archivados
como pobres. Pobres con derechos. Pero, en última instancia, el diagrama no
puede ser de pobres, ya que se define por su superabundancia. Peliagudo, porque
entonces ya no puede ser un programa social.
Se dibujan entonces dos estrategias posibles ya no contra (lo que no sería una estrategia
sino un estrato) sino en el poder. La
que parece proponer Valeriano es atravesarlo, hundirse allí como quien busca
que el torbellino libere una apertura, un resquicio, que “el fuego anuncie
otras formas de libertad”. El riesgo es allí no encontrar nada, pues el alma del hombre es un vacío inmenso y
aterrador. La otra estrategia es salirse
afuera, al elemento oceánico, donde nadan la
tenca y la perca dorada, donde
ya no hay estrato (mar molecular). Un
afuera que es también un hundirse y atravesar.