Si se calla el cantor

por Luciano


1.

En el kirchnerismo dirán que “no quedaba otra” que devaluar. Esto sería cierto si se cree que antes de ello el gobierno usó todo el instrumental que tiene la política económica para hacer correcciones. En todo caso, después de dos años de decisiones económicas erráticas y equivocadas, la sensación de que una devaluación era inevitable puede sonar verosímil a los oídos creyentes. Una de las discusiones que quedará emplazada para el liderazgo que asuma en 2015 es de qué manera el Estado, ante las tensiones cambiarias y fiscales que surgen del fin del tasachinismo, absorbe los costos él mismo en su política de recursos y gastos, sin trasladarlos de manera directa a la sociedad asalariada. Desde ya esto necesita de una política económica un poquito más sofisticada pero que se tornará obligación política en un país de crecimiento bajo o moderado con capacidad instalada completa. Hace ya varios años que el kirchnerismo abandonó la política de fogoneo de inversiones para centrarse exclusivamente en el consumo como motor de crecimiento; pero además, se entendió que ese consumo sólo debía (o podía) ser sostenido con incorporación constante de pesos al mercado, sin apelar a otros instrumentos que la política económica ofrece para mantener un consumo activo y diversificado que a la vez ayuda a mantener costos fijos en el mercado interno. Claro que para eso se necesita una política de recursos y gastos más ambiciosa que la que tiene el gobierno. Podríamos enumerar más “omisiones” del manejo económico gubernamental que ahora hacen creer en la inexorabilidad devaluatoria: es obvio que el sector agropecuario no se va a negar a las “virtudes” de una devalueta tan jugosa, pero el problema no era la rentabilidad, sino que siguen siendo los costos de producción, es decir, la inflación. Si cada vez que se acumulen problemas de competitividad, el Estado va a tomar la decisión política de socializar el costo en la masa asalariada y no absorberlo como institución económico-financiera, lo que se terminará devaluando es la expertise estatal en el manejo de la economía en un país pos-tasachinista.


2.

En 1997, y luego de una violenta devaluación del peso mexicano, el gobierno del PRI armó un plan social de becas alimentarias y educativas para niños y jóvenes que no estudiaran ni trabajaran. El programa se llamaba Progresa, el PAN lo continuó y en 2002 lo pasó a llamar Oportunidades. Lo interesante es que hoy y después de 17 años de vigencia del programa, en México se abrió una discusión profunda sobre los alcances y modalidades del plan que se relacionan con los resultados relativos obtenidos y con las necesidades productivas y de empleo de un país que necesita crecer y crear clase media al mismo tiempo. Después de 17 años, se verificó que el perfil asistencial del programa no alcanzó para insertar productivamente a los jóvenes y que el anclaje “educativo” del programa no tenía un correlato laboral firme para los jóvenes adultos. Es decir que como programa asistencial el plan cumplía sus objetivos, pero que el problema central de esa franja etaria de la PEA era el trabajo y solo parcialmente la asistencia social. Es por eso que Peña Nieto está encarando un rediseño del plan para pasar (en el rubro jóvenes ni-ni) de un anclaje educativo a un anclaje laboral como eje operativo (de objetivos y exigencias) que permita sortear la atrofia social del programa.

En estos días Cristina anunció un plan similar al mexicano para los ni-ni de 18 a 24 que era necesario porque fija la vista en las poblaciones más problemáticas de los conurbanos del país. Una política social “guita en el bolsillo” siempre es el comienzo para atacar el problema. Sin embargo, el kirchnerismo tiene a las políticas de “guita al bolsillo” como límite de su acción social, no como “comienzo”. Un breve contacto que cualquier militante político barrial pueda tener con las poblaciones ni-ni y con quienes desde el estado y el punterismo gestionan diariamente en la zona de fuego, alcanza para comprender que el problema central de los ni-ni no es la “guita en el bolsillo” (“la guita, si la tienen que conseguir, la consiguen”) sino todo lo demás que no permite llegar con perspectivas al terreno laboral. Otro problema del plan es que mete un anclaje educativo que en la mayoría de los casos no respeta la realidad de un ni-ni de 18 años que ya está en una fase de la adultez que no está motivada ni urgida por terminar y avanzar en los estudios. Por lo tanto, quedará también para el liderazgo que arranque en 2015 revisar el anclaje del programa y dotarlo de recursos humanos que puedan controlar y trabajar en el territorio junto a los beneficiarios de las becas.


3.


Al lanzar el Progresar, Cristina también ensayó un discurso político sobre coyuntura bastante inconsistente, con poca capacidad de enlazar a la coalición FPV con una instancia de nuevas representaciones como las que demanda el 2015. Es posible que Cristina haya optado (por el momento) concentrarse en su propio cierre de etapa como presidenta, lo cual implica desentenderse de cualquier herencia mínimamente ventajosa para una coalición efepeveísta que necesita construir una oferta política de mayorías que pueda ser competitiva en 2015. Esto explica por qué Scioli salió a revitalizar su campaña permanente en medio del estío, pero también explica que el espacio de representación está demasiado angostado desde la irrupción electoral de Massa, una cuestión que la propia Cristina se encargó de confirmar como preocupación personal cuando salió a pegarle a la policía municipal, y al darle centralidad política a un episodio menor sucedido en un municipio del conurbano. Que la “advertencia” del sciolismo político al FR sea hecha en función de los comportamientos de la orgánica partidaria y no de la representación a construir es la aceptación de que la fractura de la representación peronista puede tener una incidencia importante de cara al 2015, pero a la vez expresa las limitaciones de la coalición efepeveísta para adaptarse a ese escenario por fuera de lo partidario. Esa es la razón por la cual las distintas líneas municipalistas del peronismo nacional (en contraposición a algunas líneas provinciales) ya plantean cada vez más fuerte la necesidad de configurar una nueva coalición peronista; es un debate que recién empieza.