No me importa, me voy a morir

por Helena Pérez Bellas


No me importa porque me voy a morir y si tramitás eso entendés la vida. ¿Era muy caro el vestido que me compré para que él no lo apreciara? No me importa porque me voy a morir y nunca más voy a volver a ser tan joven. Es inexorable aunque intente salvarme día a día. Tuve un accidente, tuve fiebre, confié en la medicina, me curaron, me trataron, me metieron antibióticos, me vacunaron va a doler directo al músculo. Pero es transitorio porque después ¿cuándo? no sé ni me importa, me voy a morir. Tengo miedo sí, porque vi morir y porque vi nacer y porque sé vivir. Obvio que tengo miedo pero me voy a morir. Por eso no desperdicio nada, excepto el tiempo en el ocio, porque me voy a morir. ¿Qué te crees piola porque tenés billete? Te vas a morir. ¿Qué te crees mejor que yo porque tenés título? Te vas a morir. ¿Qué hacés contando las calorías? Si te vas a morir. Te va a matar una combinación de falta de cariño, de aceite hidrogenado, de impericia estatal y de tráfico desbocado.

Estoy en Avellaneda con un tipo semidesnudo que no es atractivo mojada por el vendaval. Lo primero que supo de mí es que grite pero la puta madre cuando me arrastraron el viento, el agua y la fuerza de la naturaleza. Por un segundo no vi nada y me entraron las ganas de llorar de bronca, de tristeza, de impotencia, de estar lejos de mi casa, de irme cada vez más lejos de mi casa para no pensar pero en movimiento pienso lo mismo porque escribo primero con la cabeza, me va dictando la voz y voy volcando en un papel o retengo en la memoria hasta que estoy por explotar, cuantas emociones, hasta que ya no tengo espacio y quiero llegar a casa para descargar. Así se deben sentir los hombres cuando cogen sin amor. Esto es lo más cerca que voy a estar jamás de sentirme como un hombre. Más cerca no, más cerca nunca, más cerca para qué. Entonces le digo que vine por el libro y me pregunta ¿qué libro? y yo no lo puedo creer y me dice ¿pero viniste hasta acá con esta lluvia? y yo le quería decir ya con los ojos mojados que parecen mojados de la lluvia no del dolor, que me agarro arriba del 134, que vi cómo se volaban las cosas desde la cima del Puente Pueyrredón, que un poco pensé que se caía el colectivo, pero que no me importaba porque nada tiene sentido o lo que es peor todo tiene un sentido a todo le doy un sentido a cualquiera le doy entidad. Pero no le dije nada, lo retuve para mí y solo le dije que el libro era el libro de Elvira Orhpée que yo me llamo como me llamo y que vine igual porque cumplo con mi palabra. Me miró pero sin mirarme, me dejo debajo de un techo entre un montón de plantas y la imagen de la Virgen incrustada en la pared. Trajo el libro en una bolsita y cuando lo toqué supe que no lo iba a leer, que nada más lo iba a tocar un poco, olerlo, buscarle marcas y el año de edición, el taller donde fue impreso, pero de leerlo ni hablar. Desaparecí pero duro un segundo después volví a mí. Me senté en un bar y empecé a buscar en mercado libre libros, libros, libros y más libros deseando con el cuerpo que el próximo sea más lejos. Ojala que el próximo vendedor me cite en Ciudad Jardín. Ojalá que el próximo libro que oferte este en La Reja y que me niegue un punto intermedio de encuentro y que me amenacé con darme una mala calificación si le fallo. Ojala que la próxima gran cosa la encuentre en Luján y el vendedor me diga tomate la Lujanera y de paso ponete a rezar. Es un deseo muy mío que el próximo libro este en Castelar y via mail el vendedor me diga dale tomate el Sarmiento, dale te gusta leer, dale querés el libro, dale tomate el Sarmiento y venime a buscar a mí y al libro. Me enloquece la idea de que un vendedor me mande a Ezeiza y que sea un guardia cárceles que me citó en la cárcel para venderme los libros que le confisca a las reclusas y que me advierta en una llamada de teléfono que la revisación es obligatoria para todos y que si cancelo la compra...ya voy a ver si cancelo la compra. Busco un vendedor en Lobos que me obligue a subirme a una trafic blanca trucha con cero mantenimiento, con cero frenos, con cero nafta, con cero cinturón de seguridad, con cero seguro contra terceros y viajar, viajar con miedo, viajar con miedo con la cabeza trabajando, yendo a buscar un libro, otro libro que no voy a leer, otro libro que voy a dejar en la pila de literatura argentina, otra cosa inconclusa, otra excusa, una distraccción, un tránsito. Es un arranque, no sé qué es ¿es una rabia? Lo que me pasa no tiene nombre y lo que no se puede nombrar ¿qué es? Que miedo. Todo tiene que tener un nombre, todo tiene que tener un orden, todo tiene que tener una respuesta, todo tiene que tener un principio, un final. Acelero el desenlace pero nadie se entera. ¿Cómo hago para terminar sola? No sé. ¿Hay algo que sepa? Si, se un montón de cosas. Pero no me sirven, nada me está salvando, viene una mina me dice que me hace reiki y la quiero matar, viene una mina me habla de las piedras curativas y la quiero matar, viene una mina me habla de la sanación pránica y me quiero matar. ¿Qué le pasa a las minas? Es más drástica la solución. No tengo plata para pagarme tantas soluciones que se sepa como estoy no voy a negar ningún cargo. La negación es un suicidio cotidiano.

Hijas de puta traidoras pedazo de forras sin memoria las que vienen y te dicen cuando estás mal que a Xxxxx le tenés que decir esto, lo otro y aquello. Pero porque no te morís y volvés a nacer y te acordás como es. Que yo tengo sentimientos que se imponen a la razón. Pero también tengo memoria y me acuerdo de las horas que se hicieron días, que se hicieron meses y que hasta se hicieron años y todo tenía el nombre del pibe que te gustaba ¿Te acordas Xxxxxx? Acordate porque yo estuve ahí escuchando detalle por detalle de la vida intrascendente de alguien que cambio el domicilio amoroso de su vida. Acordate también vos Xxxxxxx que yo te toleré, es más: te tolero como contemporánea tuya el desfile de freaks, que hasta un circo rechazaría, que forma parte de tu lotería del amor y son nada más los números de tu desencanto. Sacás siempre cero. Pero yo estoy ahí, yo sostengo la manivela y saco las bolillas con vos y leo los nombres, cada vez son peores, te acompaño, me visto bien para nadie, gastos productos de Lancome para nadie, me planto en la parada del 15 para nadie, no mentira: para vos. Para acompañarte como tu amiga y sostenerte la mano en el desastre como sostengo el tubo del teléfono en la desazón. Así que no me digan que este tarado es un tarado porque yo ya lo sé, pero mal que mal es mi tarado. Y el próximo no va a ser mejor a lo sumo va a ser menos tarado. Porque sabemos que este dolor tan nuestro es un misterio para los hombres. Están ocupados en otras cosas, siendo convocados por lo social, por lo histórico. Pendientes de cómo son percibidos, negando su intrascendencia, haciendo fuerza contra la muerte, lastimando para no ser lastimados, sufriendo por el ego, interpelados por el éxito, asolados por la noción del fracaso, haciendo estrategias para no sufrir porque no entienden pero nos ven y les da miedo. Al final de la neurosis sé que un hombre solo es un hombre carente de orden, sin reglamento. Y yo traigo ese orden conmigo, la fuerza del reglamento, la armonía. Siempre te voy a decir que está todo bien, siempre te voy a admirar, no va a pasar día en donde te vea sin sentir y sin hacerte sentir que puedo vivir sin vos pero no quiero, porque no tiene sentido desprenderse del maravilloso aprendizaje al que me estás sometiendo con dolor, con sordidez, con amor, con pesar y con literatura porque no voy a dejarte, porque vos naciste para ser escrito y yo para escribir.