Por Benedetta Pinzari y Marianna Sica
Antes del 19
de octubre has difundido una reflexión en
la que hablabas de sublevación. ¿Qué significa
para vos sublevación?
Sublevación es una palabra rara y
también ambigua, originaria de un léxico militar. La he usado en un librito de
hace un par de años, precisando con mucha insistencia el hecho de que la
sublevación que necesitamos hoy tiene que ser un proceso casi físico. Un
sublevarse del cuerpo, que no puede tener nada de militar pero sí debe tener
muchísimo de erótico. Estoy hablando de la reconstrucción de una energía social
que parece haber desaparecido. Me pareció importante volver sobre esa palabra
desde el momento que me di cuenta que otros en el movimiento sentían su
fascinación, incluso debo decir su rica ambigüedad. Por esta razón me pareció
casi necesario decir algo al respecto. El mensaje que he difundido tenía más
que nada un carácter de esperanza, la esperanza del proceso iniciado el 14 de
diciembre de 2010, con los estudiantes sublevados en Roma e Inglaterra, de
manera muy dura y al mismo tiempo muy feliz, contra la barbarie que el
capitalismo financiero europeo estaba provocando.
Tres años después las cosas han
cambiado mucho, posiblemente para peor, en términos de relaciones
sociales y también dentro del cuerpo social de la realidad europea. Así
que mi mensaje intentaba decir que lo que debemos hacer es salir del error de
la batalla final. Una equivocación en la que esta vez nadie ha caído porque un
poco de ejercicio anti-policial es parte de lo inevitable en una situación como
ésta. Ahora espero sobre todo la continuidad del proceso. Es el único modo de
que la sublevación salga de las explosiones de ira y se transforme en un
proceso de efectiva autonomía social. Naturalmente esto es un deseo. No creo
que en este momento estemos asistiendo a un proceso que tenga características de
continuidad. Es verdad que las explosiones se están multiplicando en estas
últimas semanas, empezando por por la manifestación por la defensa de la
constitución, que puede tener las características ambiguas que se quiera, pero
representa uno de los muchos elementos de oposición contra la dictadura
financiera.
La huelga de los sindicatos de base,
el 19 y lo que venga, todavía esporádico, tiene un efecto en las plazas: una
explosión que debe traducirse en la cotidianeidad. ¿Conseguiremos superar este
límite y dar continuidad al proceso de luchas y de autonomía? Esta es la
pregunta que debemos plantearnos.
¿Sobre
qué contenidos generales debe apoyarse un proceso de sublevación continua?
Hay una palabra que ha salido de
Bolonia hace un par de años, que es de absoluta actualidad, y que se ha
desarrollado muy poco. Esta palabra es insolvencia. La insolvencia es el núcleo
más profundo de una posible revuelta de la sociedad europea. Insolvencia no
sólo significa la negativa a pagar una deuda que no hemos contraído, sino
también la negativa a pagar la deuda simbólica de una democracia que no tiene
ya ningún contenido ni ninguna realidad. Es una deuda simbólica que confirma la
subordinación política, por tanto la subordinación económica. Lo primero, la
insolvencia. En segundo lugar, autorganización del trabajo cognitivo. La
ofensiva financiera golpea primeramente el sistema educativo y el sistema
cultural. El trabajo cognitivo autónomo, cuya energía es innovadora, es el
verdadero núcleo central en el variopinto conjunto del trabajo precario
contemporáneo.
Por tanto, insolvencia y
autorganización del trabajo cognitivo son, en mi opinión, dos núcleos temáticos
sobre los que el movimiento podría y debería construir su continuidad.
¿En
qué situación europea y transnacional se daría este proceso de sublevación
permanente?
En primer lugar debemos ser capaces
de evaluar en qué punto se encuentra la penumbra en Europa. La noche es larga
porque cuando se razona sobre procesos que no son únicamente políticos, sino
también sociales y culturales, no basta confiarse a la inventiva o a la acción
imprevisible que en política es siempre posible y factible. Es necesario tener
en cuenta qué hay en las profundidades de las relaciones sociales de la
sociedad europea y también en la cultura. Yo diría en el psiquismo de la
sociedad europea. Allí se encuentra algo que da miedo, esta es la cuestión. La
sociedad europea, en la impotencia política que ha golpeado al trabajo, es cada
vez más incapaz de recomponerse para resistir y para invertir la ofensiva. En
esta larga condición de impotencia, Europa está viendo emerger las formas
conocidas del populismo, del fascismo, del racismo, del miedo, de la
agresividad de la disgregación, del aislamiento, de la depresión. Esto es lo
que emerge y se traduce en términos políticos. Oímos hablar de lo que está
sucediendo en Francia, que junto con Italia es el país más triste de todo el
continente en este momento. Oímos hablar de la confirmación electoral y el
crecimiento inexorable del Frente Nacional. Cualquiera que haya estudiado un
manual de historia de secundaria sabe que esto está en el orden de lo
inevitable. La clase dirigente europea no puede fingir que no sabe que la
palabra nación en Francia, desde hace al menos dos siglos,
está extremadamente ligada con las palabras pueblo y Estado,
no como en Italia o en España. En Francia el pacto de estabilidad de la señora
Merkel, la imposición del equilibrio presupuestario impuesto por los agentes de
Goldman Sachs –como el señor Mario Draghi y los otros Mario que circulan por el
territorio europeo– significa una ofensa intolerable para la trinidad
estado-pueblo-nación. Y esto puede gustar o no, a mí no me gusta, pero es un
hecho.
La derecha y la izquierda se han
unido horriblemente en este tema en el referéndum del 2005 contra la denominada
constitución europea, en el que el Frente Nacional y la izquierda
derrotaron conjuntamente al neoliberalismo europeo. Esto debería
enseñarnos algo, que Francia es un país donde el nacionalismo y la defensa de
la sociedad pueden llegar a identificarse en el momento que son atacados, como
ocurre actualmente, por una entidad política extranjera como Alemania. Siento
decir esto, pero la cuestión es que vamos hacia la quinta guerra
franco-alemana. De Napoleón a la guerra franco-prusiana, de la primera a la
segunda guerra mundial, la historia del mundo en los últimos dos siglos se ha
caracterizado por el resurgimiento de un conflicto que no solamente tiene
caracteres nacionales, sino que se manifiesta bajo la forma de plaga
nacionalista. El Banco Central Europeo ha despertado a la bestia nacionalista
precisamente en el país en que esta bestia se vuelve más poderosa cuando
resurge. ¿Estamos a tiempo de parar esta locura, que lleva directamente al
hundimiento de la Unión Europea y al fascismo, a la guerra? ¿Estamos a tiempo?
¿Somos capaces de detenerla? Esta es la pregunta que me hago. Y también me
pregunto si hay alguien en la clase política europea que se dé cuenta del
absurdo que estamos permitiendo a la clase financiera. ¿Hay alguien que diga al
menos en la situación de impotencia en que la política parece encontrarse?
Volviendo
al 19 de octubre, los media mainstream han construido y propalado una narración
que por un lado ha silenciado e intentado ocultar el proceso de construcción de
la jornada, y por otro ha creado un clima de tensión y de criminalización a su
alrededor, utilizando y agitando el clásico dispositivo del miedo. Viendo la
gran participación del 19 de octubre parece que este dispositivo del miedo ha
fallado: ¿ha sido así en tu opinión, y dónde hay que buscar las razones de su
fracaso?
Recuerdo los días previos a Génova en
el 2001, cuando algún indeseable corrió la voz de que se habría arrojado sangre
infecta sobre la policía o incluso que trescientos treinta féretros estaban llegando
a Génova. En esos días oí decir que en los hospitales de Roma había que hacer
sitio para los posibles heridos.
El dispositivo del miedo puede haber
funcionado en cierta medida porque quizás en vez de 80-90.000 personas podrían
haber sido 200.000. Esto prueba no tanto que el dispositivo del miedo ya no
funcione, sino más bien que la gente ya no puede más, es decir que las
dimensiones de la rabia han alcanzado niveles de peligro, y todo el mundo lo
sabe. Sin embargo no podemos contentarnos con esto. La rabia por sí sola no
beneficia a la sociedad. Cuando la rabia no lograr encontrar una estrategia, no
se traduce en formas de vida, de reorganización, de autonomía, amenazando con
provocar autolesiones. Por tanto el dato de la manifestación es impresionante:
se esperaban 25.000 personas y han sido al menos el triple. Sin embargo no
podemos limitarnos a contar cuántos somos. No podemos limitarnos tampoco a
repetir cada mes el ritual. Es un ritual útil por razones simbólicas, también
por razones de autoreconocimiento que no hay que subestimar, pero tras este
autoreconocimiento hay que llevarlo a alguna parte: a la vida diaria, al
trabajo, a la escuela, a la universidad, a los barrios. Mientras no consigamos
trasvasar esa fuerza al día a día corremos el riesgo de que se presente de
manera estéril.
Otra
significativa mistificación mediática de la plaza el 19 de octubre tiene que
ver con su composición y con el intento de describir a los precarios, a los
okupas, a los migrantes, a los estudiantes que han llenado las calles de Roma
como jóvenes sin esperanza, fracasados, protestones y parásitos
contraponiéndolos a una juventud autoemprendedora, dinámica, que se pone en
juego a sí misma y sus propias competencias, empeñada en la construcción de un
futuro deseado. ¿Qué te parece a ti, a este respecto, la jornada del 19 de
octubre, en relación a su composición real y a sus reivindicaciones y
expresiones?
Uno de los límites de la movilización
y de la iniciativa está precisamente en el hecho de que, por ejemplo, nos
cuesta relacionar y poner en común el trabajo precario en general, trabajo
precario cognitivo y trabajo dependiente. Esta es una de las dificultades más
dramáticas de nuestro tiempo. Es una dificultad tan profunda en el plano
estructural, que ni siquiera estoy seguro que la consigamos superar. En los
últimos años hemos asistido a explosiones obreras -pienso en Cerdeña, Taranto,
el rol que la FIOM ha jugado en muchos momentos, que no logramos componer, si
no es en la plaza, ritual e intermitentemente, en un proceso de
autorganización de la sociedad con el movimiento de los estudiantes o con las
fatigosas y descoordinadas explosiones del trabajo precario. En definitiva,
¿qué necesitamos? Necesitamos una institución política, una consigna. El plan
es el del salario para todos, el salario o la renta de ciudadanía desligada de
la contingencia laboral. Sin embargo me parece más importante la reducción general
del horario de trabajo, -ya sé que decir esto provoca risa. Pero mientras no
nos demos cuenta de que el tiempo de trabajo es el verdadero núcleo esencial de
la esclavitud contemporánea y de la división entre ocupados y desocupados, o de
nuevo entre jóvenes y mayores, no llegaremos al núcleo central de la cuestión.
Mientras no nos demos cuenta de que esto tiene que convertirse en el centro del
discurso, estaremos siempre a la defensiva. Pensemos en lo siguiente, que no
deja de escandalizarme: el que durante treinta años intentan convencernos de
que si los jóvenes quieren tener una renta entonces los mayores tienen que
trabajar más tiempo. Al decirlo me da la risa. Y tengo que reírme doblemente al
pensar que toda la clase política lo repite diariamente y gran parte de la
sociedad lo cree. Esto es contrario a las leyes fundamentales de la lógica
antes incluso que a las de la sociedad y la política. Por tanto, una ofensiva
cultural sobre este tema es probablemente una de las claves que nos permitirían
recomponer una sociedad que por el momento, a parte de los gloriosos sábados
por la tarde, para el resto se encuentra incapaz de solidez unificada y de
autonomía compartida.
¿Crees
que tiene algún fundamento real la representación mediática de una fractura
dentro de la sociedad entre una masa de “empobrecidos” que demandan casa y
renta y una presunta clase de “cognitarios” que en cambio tiene la posibilidad
de construir a partir de sí misma y del autoemprendimiento un modo para
mantenerse en medio de la crisis? En relación al discurso que sostienes
respecto al tiempo de trabajo, ¿cuánto se explota o se autoexplota un
“autoemprendedor”?, ¿cuánto tiempo de trabajo invierte diariamente?
En los años noventa, por repensar la
historia reciente, la división entre trabajo precario y trabajo cognitivo tenía
su fundamento real y salarial dado que el trabajo cognitivo se encontraba en
condiciones de fuerza contractual y de agrado de la empresa, del hacer empresa
en condiciones de crecimiento. Desde el inicio del nuevo decenio esta situación
ha cambiado. Se trataría de entender por qué ha cambiado, qué ha pasado en la
relación entre capital innovador y capital tradicional, qué ha pasado dentro de
la composición del trabajo. En los últimos diez o quince años ya no existe ninguna
condición de privilegio del trabajo cognitivo. Es cierto que existen raras
excepciones de enriquecimiento y fortuna de la autoempresa, pero el trabajo
cognitivo se identifica cada vez más con el trabajo precario, del que
constituye gran parte. Por tanto, es cierto que el trabajador cognitivo se ve
obligado a ejercer sobre sí mismo una violencia permanente, porque más que
otros se ve obligado a vivir como competencia su situación social. A este nivel
habría que desarrollar una crítica cultural que recoja precisamente los efectos
de auto-violencia y de auto-empobrecimiento que comporta. Recientemente he
leído un libro de un autor inglés, Jonathan Crary, titulado “24/7,”
veinticuatro horas al día y siete días a la semana. Es un libro sobre el sueño,
en el que el autor explica que al inicio del siglo XX la humanidad dormía diez
horas por noche, en los años sesenta la media era ocho horas, mientras que hoy
el americano medio duerme seis horas. ¿Qué ha pasado? Quien se ve obligado a
dormir poco, no sólo sufre y empeora su calidad de vida, sino que también hace
tonterías en su vida cotidiana. Es por esto que la autoexplotación no produce
efectos de enriquecimiento, ni para la sociedad ni para el propio trabajador.