Respuesta a Juan Pablo Maccia
por Rosa Lugano
Estimo los argumentos de Maccia por qué tienen la delicadeza
de la sonrisa. Se nota en la ligereza del fraseo. Agradezco la discusión sin
eufemismos. Y creo que hay que resistir la tentativa vertical del kirchnerismo
de quitarnos la libertad afectiva para pensar, y para dialogar.
Aunque pueda parecerlo, hasta blogs amigos como Lobo suelto!
son parte de la trampa. Al no animarse a discutir abiertamente, apelan a la
ironía y al anonimato. El propio Maccia es víctima de esta decisión. No ha
encontrado en Lobo, un solo argumento a la altura de sus inspirados jueguitos
retóricos.
Y es que hasta el más graciosos de los comp@s se ha tomado
demasiado en serio al kirchnerismo. Empiezan todos y cada uno por aceptar el
“cambio de época”. No advierten que semejante acto de obediencia los coloca de
lleno en el frasco del estado, en el que de inmediato se sienten sin aire y
entonces acuden a la “disidencia”. Esta posición no tiene salida. En cuanto se
asume que es “necesario” pensar desde arriba, la libertad de las ideas ya no se
recupera.
No necesito extenderme demasiado en mis argumentos. Solo
afirmar que, en lo esencial, las cosas no han cambiado, salvo para periodistas
y funcionari@s, que hacen una fiesta de cada micro-novedad. O para los
militantes de ayer y de hoy, que logran, por fin, conciliar su sentido común
con el de la época. Fuera de este natural narcisismo, las cosas permanecen más
o menos como siempre.
Pero dado que nuestro espíritu crítico se ha vuelto
“foucaultiano”, al punto de detectar en cada enuncio oficial avances o
retrocesos ontológicos, voy a indicar, sí, dos desplazamientos o cambios
epocales completamente descuidados por los análisis “macro”, como los de
Maccia.
Dos son los desplazamientos “profundos” que esta época
celebra. El paso de las potencias de los cuerpos a la interpretación jurídica y
de los derechos y el abandono del viejo tema de la explotación, y de la
dominación social a favor de términos como “inclusión”. Al punto que no
hablamos ya de “política” sin evacuar previamente las cuestiones más concretas
e importantes de nuestra experiencia.
La evacuación del cuerpo es notoria en las referencias a la
cuestión “sexual”, o bien, de la “pobreza”. No tocamos estos temas, tan caros a
los consensos vigentes, como no sea olvidando el hecho elemental de que estamos
hablando de cuerpos vivos. Es decir, de potencias. Potencias de creación, de
gozo, de engendramiento. La vida no es una cuestión de derechos sino de
poderes. La pregunta política no puede separarse de la pregunta esencial: ¿qué
pueden los cuerpos cuando se unen?
Sobre la base de este “olvido” clásicamente patriarcal
–aunque l@s primer@s en olvidar sean ciertas mujeres- se remite a una
“distracción” de segundo grado. Lo que se evacua ahora es lo siguiente: ¿cómo
se juntan, día a día, los cuerpos que trabajan (entre sí, y con la corporeidad
de la naturaleza en su conjunto) y cómo resultan separados entre sí en el nivel
de las finanzas? Estas cuestiones quedan quirúrgicamente recortadas en el
lenguaje de la “inclusión”.
No se trata por tanto de ver cómo canalizar
“institucionalmente” al progresismo, como insiste Maccia, sino de darse cuenta
de que este modo de pensar viene castrado y abstraído de antemano.
Si queremos volvernos concret@s hablemos del trabajo real,
aquel que crea condiciones para la reproducción de la vida, que la engendra y
la cuida. Y hablemos de las razones por
las cuales –como dice Neka Jara en una excelente entrevista que le hace Laura
Vales en Página/12 de ayer- no hay cambios relevantes en la llamada “cuestión
social”.