Charlando con Toni Negri
Por D.S.
Los encuentros con Toni siempre despiertan expectativas.
Uno va a su encuentro como si los esperase desde siempre. Y eso es así porque
Toni se presenta como un interlocutor sobrecalificado. Su vida y su obra, para
decirlo clásicamente, despiertan admiración. Pero su presencia agrega calidez,
atención, rigor. Esa mezcla de reverencia, examen, compañerismo y posibilidad
continua de fricción hacen de cada nueva entrevista un momento único y
recordable. Y no es que todos los recuerdos sean especialmente gratos. Pero
hemos aprendido, y sin ilusiones infantiles, que la expectativa una y otra vez
se renueva.
Recién llegado de Santiago de Chile, Toni estaba muy
impresionado por el movimiento de los estudiantes. Venía de dar una conferencia
en la universidad ocupada y estaba tan estimulado por la inteligencia y la
fuerza del movimiento como preocupado por lo que creía ver como una influencia
del Partido Comunista Chileno sobre la joven dirección del proceso.
Si bien lejos de un estilo implacable y vehemente que
conocimos años atrás, sigue combinando apasionadamente en su conversación alta
filosofía con voracidad política militante. Intentamos, en estas líneas,
registrar algunas de las cosas que nos quedan dando vueltas.
1. Reinvención de la ciudadanía
El problema general que Toni intenta pensar es cómo dar
estatuto constitucional a lo común, tal como éste emerge de la producción
de riqueza biopolítica. Es ese un problema inseparable, para él y para
nosotros, de una hipótesis sobre la intensificación de la participación
política en torno a cuestiones como la gestión de la comunicación (una
perspectiva que pondría el énfasis en el proceso de la conformación de la ley
de medios como algo muy diferente a una “intervención estatal” y más próximo a
un reconocimiento estatal del común), la representación política, la gestión
social de la educación, la superación de la propiedad privada (por ejemplo, de
la tierra) o la identificación de trabajo asalariado con inclusión y
ciudadanía.
Desde esta óptica política interesa toda iniciativa que
hace de la constitución un problema en y desde lo cotidiano; que plantea
como central el reconocimiento de la productividad de la multitud; que empuja
en función de un welfare, es decir, de un cosmopolita “salario para
todos”, de todo impulso al aumento del consumo que suponga y empuje a una
transformación de las formas de propiedad y de aprovechamiento colectivo de la
renta. Todos estos son elementos para la reinvención de la ciudadanía
.
Desde un punto de vista filosófico, el problema de la
representación y de la explotación se encuentra en el congelamiento del ser
social. Sólo desde el punto de vista de un ser ya-hecho se plantea el problema
del “mal”, carente de sentido para un punto de vista enteramente constructivo y
constituyente de la multitud (que incluye una antropología). Y el problema de
la emancipación se presenta como el de la oposición del devenir al Ser. No
hay ser ya hecho. La ontología está adelante. El asunto filosófico se
plantea como el de la creación de un historicismo enteramente positivo (lo que
en algún lado Toni proponía como una reescritura spinozista de Ser y tiempo).
Esta temporalidad supone una teleología materialista signada por una idea plena
y afirmativa del deseo. Una temporalidad sobre la que se constituyen las formas
democráticas de la decisión política (de la determinación
ontológica).
2. Las figuras de la explotación
biopolíticas y de la emancipación
Toni insiste con un esquema que viene pensando estos días
con Michael Hardt (con quien está trabajando en un escrito sobre la experiencia
fallida de Obama, es decir, sobre la frustración una relación transformadora
entre estado y movimientos). El esquema narra el pasaje del proletario
explotado en la relación fabril al hombre de la explotación biopolítica, según
cuatro derivas: el hombre endeudado, el hombre mediatizado, el hombre asegurado y el hombre representado.
En la única conferencia pública que dictó en Buenos Aires
Toni desarrolló las cuatro figuras y sus respectivas posibilidades
emancipatorias. La primera de ellas se corresponde con el hombre del crédito,
qquel que deseando consumir o comprar una vivienda queda esclavo de una deuda
infinita. Del explotado al endeudado (como en la conversión del
encarcelado en endeudado del que hablaba el Deleuze que describía las de la
sociedad control).
El cambio de figura describe al sujeto que trabaja en la
precariedad, en las redes de los servicios, imposibilitado de traducir el valor
excedente que surge del modo en que organiza por su cuenta los intercambios
productivos en autonomía y modo de vida. No se trata ya del trabajo bajo
patrón, sino del hombre del común vuelto servidor del capital que lo endeuda.
Un capital que ya no organiza la producción sino que cobra renta. El hombre
endeudado es la figura de la auto-organización del trabajo en la esclavitud. El
problema de la emancipación del hombre endeudado se plantea a partir de la
decisión organizada de rechazar la deuda, lo cual supone en el acto una
reapropiación común de la riqueza común. Promover la figura multitudinaria del
rechazo, abriendo el juego de las singularidades constituyentes.
La segunda figura es la del hombre mediatizado. Ya
no alienado en la fábrica, sino mediado por la comunicabilidad controlada por
el capital. Se trata del hombre escindido, inteligente en su interioridad de
cooperación, pero a la vez capturado por el juego del poder. El hombre
mediatizado vive sometido a la comunicación, y el problema de la emancipación
surge para él como el problema de su propia aptitud comunicante en el contexto
de una verdad común de la comunicación.
La tercera figura es la del hombre asegurado. El
hombre metropolitano obsesionado por la seguridad de su propiedad y de su vida.
Es el producto más maduro de la larga tradición de una filosofía política que
traduce el riesgo de vivir en sociedad en miedo como pasión universal y
dominante, inhibiendo las posibilidades de la cooperación colectiva.
Paradojalmente, esta acentuación del miedo se constituye él mismo en un factor
de inoperancia, de articulación protectora de la cooperación. La exclusión, la
reclusión, no son casuales: son el resultado de un proceso sostenido de
inoculación estatal del miedo (particularmente del miedo a la pobreza). El
problema de la emancipación se plantea la mismo tiempo como un rechazo de la
tradición hobbesiana del estado que nos protege ante la amenaza del otro y como
recreación de la tradición spinoziana, en la cual el estado es algo muy
distinto, no una institución separada, ni articulada en un deseo de dominio,
sino fundada en un deseo de vivir juntos, de paz y de asociación, con un
sentido de verdad común y de libertad.
Finalmente, el hombre representado, la cuarta
figura, es un poco la síntesis de las tres anteriores. La representación choca
de frente con la emancipación y constituye el principal peligro para la democracia.
En la representación se niegan los valores constituyentes. La representación
“democrática” niega los valores de asociación y emancipación por medio del
dominio y del miedo. El problema de la emancipación se plantea la
representación de otra manera: la búsqueda de cómo representarnos (como hacen
los movimientos) en un pasaje que supone el fin de la democracia
liberal-representativa que legamos como un momento de esclavitud capitalista.
3. Charla postfestum
Cuenta Toni que ve al kirchnerismo (a las personas con las
que habló estos días) muy abierto. Con una retórica de izquierdas y un lenguaje
centrado en la resistencia al poder. Según parece, le dijeron que en el país
había habido dos grandes crisis, la del 2001 y la del campo, de 2008. Y que de un
modo u otro se habían resuelto las dos. Que la etapa actual estaba centrada en
la industrialización y en la lucha contra la pobreza. La preocupación de Toni,
en todo caso, pasa por otro lado. Por lo que le parece una ausencia de
proyecto, de futuro. ¿Cómo se abre el plano de la proyección constituyente sin
una idea de futuro?
El problema del gobierno y el problema del futuro parecen
juntarse en la coyuntura argentina y quizás, sudamericana. Cuando se piensa en
ir más allá de una gestión democrática del biopoder, ¿de dónde surgen los
criterios para orientar las prácticas de gobierno, sino surge de las luchas y
los procesos de movimientos? Cuando las retóricas oficiales pierden de vista
estos procesos y se refieren a genéricas defensas de la vida o del bien común
arriesgan colocarse en la senda de un modo de corrupción específicamente
político, en la medida en que congelan el proceso constituyente. A partir de
acá se pueden plantear algunos dilemas políticos actuales.
Más concretamente se trata de cuestionar los aspectos
burgueses de la constitución que determinan negativamente el juego de la
decisión política. Este problema, que es el que Toni se plantea respecto de
Obama, se replantea ahora a propósito de la coyuntura argentina, más
abierta e interesante. Mientras en Europa sólo hay lugar para una ruptura
directa y sin matices, en relación a EE.UU. hay que pensar a fondo la
impotencia de Obama y en Sudamérica hay que pensar con rigor un futuro, lo cual
implica no estabilizar este presente. Para pensar estos problemas conviene
tener en cuenta algunas cuestiones.
1. Que la representación actual no se constituye sobre los
problemas clásicos de la representación como la burocratización del
representado o, incluso, el problema jurídico de la mediación y deducción del
derecho. El problema es el de la decisión política: evitar que la política
profesional separe la decisión de las fuerzas constituyentes que debieran
orientarla. El problema de la representación hay que plantearlo en el contexto
de una governance (el “gobierno de lo concreto”, las técnicas de
gobierno que trabajan en la “la solución del caso concreto”).
2. El problema de la superación de la representación se
conjuga directamente con el del mando político y la disputa central es respecto
del control de las finanzas. La pregunta es: ¿cómo se organizan las finanzas?
Hay que cortar el poder de renta (absoluta) del capital. ¿Cómo articular una
fuerza apta para esa tarea? La hipótesis de Toni es que se trata de imaginar la
confirmación de esta fuerza a partir de una acumulación de deseos que, sin
embargo, pueda dar lugar a apariciones inmediatas. Esta es la forma que pueden
tomar hoy las fuerzas de ruptura.
En este sentido es vital el aporte de Foucault a la teoría
política. Con Foucault se retoma el pensamiento de la determinación activa de y
en la historia: un historicismo
biopolítico de las singularidades que habilita el pensamiento político
directo.
Se trata de proyectar estos problemas en nuestro contexto,
sobre la cuestión del futuro. El tiempo es central para la decisión colectiva.
Y en una sociedad mediatizada, la relación entre tiempo y comunicación se
vuelve fundamental. Hasta cierto punto se puede festejar el hecho de que el
gobierno argentino haya acudido al secreto y la sorpresa para evitar que las
corporaciones mediáticas, financieras y empresariales las distorsionen. Pero,
por otro lado, de este modo se consolida una separación entre decisión y
proceso democrático constituyente y, contra todo pronóstico, se
favorece el poder mediático y con él, el de la representación. Es vital,
para la emancipación el re-encadenamiento entre tiempo de proyección
(futuro) y ampliación del proceso de la decisión. Es central que no se
interrumpa la posibilidad de una articulación viva entre regla y modo de
vida.
Cuenta Negri que alguna vez Lacan le dijo a Guattari que
el psicoanálisis tenía un horizonte de aplicación pertinente en la clínica, no
en la política. La formulación del chiste es casi inevitable: la influencia del
lacanismo en la política argentina (Laclau, Alemán) como expresión de un juego
interpretativo, puramente discursivo, en donde la política vuelve como
mediación/mediatizada y no como lanzamiento constituyente.
4. Despedida
En intercambio con varios compañeros salen varias ideas.
Una que anoté. Existe una llamativa indiferencia en la Argentina actual
respecto del movimiento de los indignados (España, Israel, EE.UU.) y, en
general, respecto de las movilizaciones que se extienden en varios continentes.
Se las percibe como si se tratase de una fase de lucha previa. Ellos luchan
contra el neoliberalismo, como lo hacíamos nosotros hace diez años. Es decir:
somos solidarios con ellos, pero de alguna manera esta vez ¡son ellos quienes
debería aprender de nosotros y no nosotros de ellos!
Esta lejanía o anacronismo nos revela dos problemas. Uno
de ellos es como han cambiado las cosas entre nosotros. En lugar de movimientos
sociales politizados, cosmopolitas y sensibles a captar y dialogar con las
formas de politización contamos hoy con una extensión del poder de consumo, con
nuevas capas medias que ya no tienen los mismos problemas ni la misma
receptividad que los movimientos que conocimos. Y el segundo es que esta
incomunicación nos priva de advertir que estos movimientos no se plantean tanto
el problema del gobierno como el de la participación, el de la experimentación
de nuevas formas post-representativas. No advertir que el movimiento de los indignados
trabaja sobre problema que nos son comunes sería un error de sensibilidad y de
pérdida de oportunidad política.
Tal vez el asunto sería, entonces, advertir que los
“movimientos” ahora no son tanto los “movimientos sociales”, que corren el
riesgo de existir cada vez más en el lenguaje oficial como ocasión para una
síntesis política del propio estado. Mas bien, el desafío es pensar cuál es el
tipo de procesualidad político-social capaz de una acumulación deseante capaz
de reabrir el proceso constituyente.