¿El regreso o la re-invención de la política?
Algunas
reflexiones pensando en la juventud kirchnerista
por Raúl Cerdeiras
1) La política está sola.-
Hoy experimentamos una inquietud que no nos deja tranquilos. Una idea
podría resumirla: la política que queremos, la emancipativa, no aparece, y
sentimos que estamos envueltos en un torbellino que nos seduce con fogonazos
que reconocemos como que están de “nuestro lado”, pero inmediatamente caemos en
la constatación fría y despiadada de que no ha pasado nada que no sea más de lo
mismo, a pesar de algunos ropajes de ocasión. Y lo más insoportable es que el
torbellino nos interpela desde su interior con el imperativo: ¡elige, esto es
lo que hay!
¿Estamos solos? Decididamente no. La que está sola es la política
emancipativa. Se ha mudado de los lugares que solía frecuentar en años aún no
muy lejanos, y los intentos contemporáneos de radicarla en el corazón de nuevas
residencias, produce confusión o a lo sumo entusiasmos pasajeros. En efecto, la
política emancipativa ha renunciado a su rol de ser la portadora de un destino
inscripto en la Historia,
ha puesto distancia con el Estado, no pretende expresar a la economía ni a la
lucha de clases y huye de los partidos.
Pero también se resiste a que se la encarcele en la “sociedad” y sus “movimientos”
o en la potencia infinita del devenir de la vida. Y hay otros intentos para
tenerla de inquilina…
Quiero poner en discusión una hipótesis que vengo sosteniendo hace más
de 20 años. La puedo decir de esta manera: una
política emancipativa no es expresión de ninguna otra cosa que no sea su propia
afirmación. Quizás la causa de nuestra inquietud resida (en gran medida),
en no aceptar la enseñanza más crucial que el ciclo emancipativo del siglo
pasado nos ofrece para reflexionar. Esta enseñanza dice: ha concluido una época
milenaria en que la política fue pensada
y practicada en el interior de una visión expresiva. La inquietud que nos
invade reside en que enfrentamos un nuevo punto de partida ante el cual los
viejos referentes —y los nuevos que se intentan desesperadamente señalar— no
responden. No podemos seguir buscando en una realidad preconstituida el nuevo
lugar (a veces se dice “el sujeto”) de una política emancipativa, porque una
política emancipativa si quiere sacudir los lugares instituidos tiene que ser
una excepción en el interior de los lugares. Se podría decirlo así: una
política emancipativa no representa a nadie.
Los nuevos referentes no responden porque la política emancipativa ahora
exige que se le reconozca su calidad de ser un pensar-hacer propio, y no la respuesta lisa y llana a las coacciones
y necesidades socioeconómicas, culturales, sexuales, ecológicas, etc. Lo cual
no significa que la política abandone su conexión con la resistencia de los
explotados y dominados de este mundo, sino que proclama que si esas luchas no
alumbran una nueva idea política quedarán fagocitadas por la maquinaria de la
lógica y los valores de la vida social establecida, es decir, el capitalismo y
las políticas de su Estado.
Los pueblos expoliados aspiran a tener aquello que el sistema destina
para unos pocos, pero esos pocos están decididos a no ceder en sus conquistas,
grandes o pequeñas. Si la lucha política se enmarca en esa disputa entonces aún
estamos embarrados en un conflicto intra-sistema. En los momentos de alza de
esas luchas la inquietud se acrecienta, por cuanto tenemos que aceptar la
profunda legitimidad de ese empeño, al mismo tiempo que percibimos con certeza
que todo se encamina a consolidar una manera de existencia social que nada
tiene que ver con los efectos de una política emancipativa. Nos queda la amarga
tarea de constituirnos en los portavoces más duros de esos pueblos que, por el
solo hecho de ponernos en el lugar de representarlos, nos sumamos al coro
reaccionario que siempre estigmatizó al pueblo como víctima, miserables que no
pueden nada si no se los encausa, ayuda y dirige. Esto se oscurece más todavía
porque vamos a tener que instrumentarlo recorriendo los caminos que ofrece la
política tal como hoy funciona aplastantemente: el Estado, los partidos, la
representación, el voto, las instituciones, el derecho, etc. y si no queremos
transar con él, nos queda el rol del triste espectador que “acompaña
críticamente” desde afuera el devenir de esas luchas.
Si prestamos atención veremos que
el marxismo-leninismo tenía una clara comprensión acerca de cuales debían ser
los requisitos indispensables para transformar una lucha, esencialmente
económica y sindical, en lucha política. El proceso comprendía una secuencia de
actos encadenados que se pueden resumir de la siguiente manera: en toda lucha económica
de los explotados era necesario adosar una cuota de conocimiento teórico
(conciencia de clase revolucionaria) que era introducida por la militancia
organizada en un partido. Esta militancia partidaria debía apuntar todos sus
esfuerzos al asalto del poder del Estado y, desde allí, abolir la propiedad
privada de los medios de producción que era la matriz del capitalismo y la
condición esencial para edificar la sociedad comunista. Junto con el colapso de
la infraestructura también se desmoronaría el Estado en tanto aparato represor
puesto al servicio de la clase dominante.
Lo singular de la situación
actual es que al desmoronarse o agotarse ese procedimiento, las luchas quedan
girando sobre sí mismas. El valor de este “sí mismas” es de la mayor importancia
porque acentúa la disgregación de las luchas al mismo tiempo que refuerzan el
crecimientos de las particularidades y sus identidades.
Estamos acostumbrados a ver a la política como un instrumento aferrado a
una realidad social sólida por la vía de la expresión-representación, y
atribuirle a esos conjuntos sociales una potencia en sí misma liberadora. La
política está sola porque si la arrancamos de esa dependencia tenemos la
sensación de quedarnos sin nada. Pero esa soledad debe ser un nuevo punto de partida
que la libere de los anclajes que la
terminan convirtiendo en un furgón de cola, muchas veces involuntario, de la
dinámica del capitalismo y su Estado.
Ese recomienzo que abra Otras ideas, prácticas, organizaciones, etc.,
debe empezar por ir a escuchar lo que la gente (cualquiera) piensa respecto a
su situación y sus luchas allí en donde los colectivos humanos se pronuncian y
se revelan. Tomemos el ejemplo de las ocupaciones de Villa Soldati. A los
efectos de hacer más transparente la idea que quiero elaborar paso por alto
todo el chicanerío deplorable por espacios de poder que protagonizaron el
Gobierno Nacional y el de la
Ciudad y también del complicado mundo de punteros,
delincuentes, arribistas, etc. que se anida en estas tramas.
El elemento decisivo de esas jornadas tiene un nombre: la presencia. Sí, la irrupción de la gente
de diversos lados, de nacionalidades diferentes, de recursos desiguales en
cuanto a sus ingresos, etc. No importan los “motivos” ni quienes los llevaron,
ni si fueron usados, o lo que sea. Una vez que miles de personas se plantan en
un lugar y dicen “aquí estamos” se abre una situación nueva que modifica el
estado normal. Si la presencia es el elemento decisivo la reacción
inmediatamente contraataca. No me voy a referir a la represión primera, a los
muertos, a la entrada de la Gendarmería después etc., no por que no sean
cuestiones importantes sino porque vienen a la rastra de lo que quiero señalar:
el dispositivo político de captura ejecutado por una política que debemos abandonar
para siempre. Ese dispositivo de derecha
tiene una palabra clave: problema.
Inmediatamente el Estado, los medios, la opinión, los políticos,
encasillan a la presencia de la gente como un problema. Porque la novedad no consiste en que faltan viviendas en
el país (lo sabe todo el mundo), la novedad es que hay miles y miles de
personas presentes en un lugar y, para colmo, en un lugar que no les
corresponde estar según la ley. Una mirada nueva de la política no puede
confundir el déficit habitacional con la presencia de la gente. Pero el Estado
y la política tradicional necesitan tratarlas como si fueran una misma cuestión
bajo el manto de un problema. Ahora
bien ¿qué es un problema?, sin duda algo que tiene que ser encarado buscando su
solución. Acá es donde el Estado diluye el aspecto político potencialmente
creativo de la presencia de la gente
en el fango de la política pensada como gestión,
en este caso, de un plan de construcción de viviendas. Finalmente todo quedará
reducido a un episodio que fue provocado por la evidente falta de viviendas de
un amplio sector de la población.
Nosotros queremos atacar ese “finalmente” que no tiene otra función que
encuadrar al “problema”. Buscamos abrir una brecha que nos permita experimentar
la diferencia que hay entre un pensar-hacer político que afirma un derecho (en
este caso la ocupación) por fuera del derecho, una singularidad creadora, de
una nueva mirada que no encuentra cabida en el coro general de la política
considerada como simple gestión de lo que hay y que abre posibilidades
insospechadas. Por eso el gobierno nacional y el de la Ciudad llegaron rápidamente
a un acuerdo básico que consta de dos puntos: 1) instrumentar para el futuro un
plan de viviendas consensuado por ambas administraciones; 2) ninguna vivienda
para aquellos que usen la ocupación ilegal como medio de lucha.
2.- ¿Qué se le puede exigir al
gobierno de Cristina?.-
Cualquier militante de la izquierda Kirchnerista, y más aún si se trata
de gente que viene de la “cultura”, toda vez que declaran su decidido apoyo al
gobierno que comenzara Néstor y que ahora continúa Cristina no dejan de
pronunciar una fórmula ritual que reza más o menos así: “es cierto que aún
faltan muchas cosas por hacer, muchas deudas pendientes y que también se hacen
cosas que no compartimos”, pero…y después de este “pero” se precipita el
enfervorizado apoyo a la gestión de los Kirchner, como si el preámbulo recitado
los vacunaran contra cualquier posible sospecha que su adhesión está guiada por
una ceguera incondicional.
Se avizora una época en donde la izquierda Kirchnerista oscilará en el
interior de una tensión entre las cuestiones pendientes y la gestión real del
día a día del gobierno y los diversos palos a la rueda que la oposición al
“proyecto nacional y popular” le pone en el camino. Y ya podemos anunciar que el eje
de la campaña por la reelección de Cristina en octubre del 2011, será el de
“profundizar el modelo”, algo así como llevar hasta sus consecuencias más
profundas el proyecto de re-fundar una nación liberada. El que no se sume a esa
cruzada será marcado para siempre como un defensor de los peores y más oscuros
años de la historia nacional.
¿Liberada de quién, de qué? Pongamos de entrada las cosas en su lugar.
El gobierno ocupa el Estado con el convencimiento pleno de que éste es el
principal medio para realizar cualquier proyecto político. Nunca estuvo tan
claramente formulado el principio de que la política es esencialmente política del Estado y desde el Estado.
Entonces veamos cuáles son las bases reales sobre las que el Estado organiza su
“política” con la mira puesta en algo así como una “liberación”.
Argentina es un país casi cien por ciento capitalista. Jamás ha escapado
de la boca de este gobierno la más mínima idea de buscar salir de esta
realidad, a lo sumo se ha reconocido como “muy bueno” que los capitalistas
quieran ganar dinero, sólo se les ha reprochado su avidez descontrolada y
antisocial de sus ambiciones. Internacionalmente Argentina integra una política
de bloques regionales en los que se discute con los centros más reconcentrados
del poder mundial una mejor participación en la tajada de la mundialización del
neoliberalismo. Asimismo desde el gobierno se proclama constantemente la idea
de la inclusión como un baluarte de su política. La inclusión no significa otra
cosa que incluir en el dispositivo de la producción capitalista a todos los
excluidos por él, y si esto no es posible, tratar de encontrar las formas
asistenciales de protegerlos y domesticarlos en su existencia mínima. Por
último, la ideología hoy dominante en la inmensa mayoría de los argentinos es
perfectamente coordinable con la lógica interna del capitalismo: ganar más
dinero para consumir más y ser felices.
Como ya no existen políticas emancipativas efectivas, con presencia
reconocible y capacidad de marcar una distancia esencial con la administración
de este mundo que nos destroza día a día, con el control Estatal de la
dominación hoy vigente aquí y en todos lados, solo le queda confrontarse con
las políticas más ultraconservadoras que llevan adelante los centros imperiales
del globo terrestre. Es toda la “diferencia” que pueden esgrimir y el mérito
que se atribuyen.
Para mantener esa posición deben tildar de izquierda dogmática,
mesiánica, fuera de la realidad, funcional a la derecha, utópica, etc., a todo
intento de abrir una nueva experiencia emancipativa. Este macartismo barato y
fuera de todo tiempo real es el escudo con el cual preservan su aureola
“popular”.
Muchos intelectuales vienen de esa vieja izquierda pero es evidente que
no han podido dar en el blanco a la hora de hacer la necesaria e indispensable
crítica de las luchas revolucionarias que en su nombre se realizaron en el
siglo XX. Si hubiesen llevado adelante esa tarea crítica y práctica hasta tocar
las raíces más profundas del colapso del ideario socialista, se desayunarían
que siguen estando enterrados en el mismo dispositivo político que en su
ignorancia rechazan.
Pero entonces ¿cómo levantar la idea de liberación respecto a este mundo
cuando se reniega del marxismo y en su lugar nada nuevo se propone? Escuchando
atentamente a los paladines del gobierno nacional y popular esgrimiendo sus
espadas conceptuales y prácticas, se puede advertir lo siguiente.
En primer lugar celebrar la vuelta de la política reconociendo que esta
se realiza esencialmente al tomar al Estado como instrumento de transformación
social. Como vemos, nada distinto al marxismo clásico.
En segundo lugar la conciencia (siembre dicha en voz baja, entre amigos
y colegas, susurrada y apenas deslizada en voz alta) de que el mundo está
dominado por un monstruo llamado capitalismo que posee el poder real. No hay
liberación si no se toca ese lugar, pero consideran esa empresa hoy por hoy
imposible y por lo tanto se la desplaza hacia un futuro ni siquiera mínimamente
acotado. Y para colmo de males consideran que sería “pianta votos” empezar a
decir públicamente y en voz alta que ese es el objetivo final. Como vemos, nada
distinto al marxismo, que calificaba a esa política dentro de lo que llamaban reformismo. Un integrante de Carta
Abierta sería una especie de “Renegado Kauutsky”, en la medida que los marxistas partidarios de Kautsky
sostenían que el objetivo final de derrotar al capitalismo se obtenía por
evolución de reformas y acumulación de poder que irían minando las bases del
sistema. Y todo ello, por supuesto, dentro de la forma política propia del
capitalismo que es la democracia. Dicho sea de paso ¿no será esta fotografía lo
que los hace tan antitrotzkistas? Puesto que sus relaciones con el Partido
Comunista –eternamente acusados por los trotzskos de reformistas– son más que cordiales.
Vemos construido un paisaje en el que el gobierno se mueve sin mayores
obstáculos. Al no haber nada del orden de una nueva política emancipativa en
curso, y no pudiéndose hacer nada en contra del verdadero poder opresor, solo
queda el hueco para que el Estado reconstituya el tejido social de un
capitalismo “humano” en oposición a algunos factores del poder, principalmente
mediáticos, que operan a favor del capitalismo sin más, es decir, “salvaje”.
¿Qué le queda por hacer a la gente? Elegir entre dos variantes de una misma política: la inclusión. Porque el excluido, según la lógica desnuda del
neoliberalismo, es realmente un incluido más en el sistema porque es un efecto
propio, interno, a la dinámica del capital; y el incluido que ocupa un lugar
dentro de la producción de ese sistema o recibe una limosna adicional, es
también un incluido que trabaja en la reproducción de aquello cuyo efecto
necesario será volverlo a excluir para que nadie tenga dudas de que el
dispositivo del capitalismo no es otro que abrir este juego perverso.
Este juego perverso no se lo puede encarar en el plano de la economía
sino en el de la política. Pero a condición de que se rompa con la concepción dominante y que oficialmente
dispara el mismo sistema mundial capitalista por el cual la política se la
identifica con la gestión, con el gobierno y administración de lo que existe,
bajo un sistema cuya estructura es el sistema llamado democracia y los pilares que la sostienen son: la representación,
el Estado y los partidos, y la subjetividad política que hace germinar es la
pasividad, la visión victimaria de la gente, el socorro estatal y el mando
desde arriba. Pero, sobre todo, esta concepción dominante subordina la política
a ser una práctica servil respecto a las necesidades (principalmente las
económicas) de la población, con lo cual nuevamente se puede comprobar que nada
distinto se dice a lo que afirma el marxismo, cuando proclamó la subordinación
en última instancia de la política al mundo de la necesidad económica.
Lo más importante en esta coyuntura política no es ponerse a criticar al
gobierno exigiéndole que vaya hasta el fondo con sus medidas y arremeta con
firmeza y hasta el fin contra el capitalismo. Esa es la postura de los
marxistas-trotzkistas-ortodoxos que así cubren su impotencia para hacerse cargo
del colapso de un ciclo que proclamó su (y también la mía) ambición de liberar
a la humanidad y crear un hombre nuevo, pero agotó su experiencia y su
pensamiento a fines del siglo pasado. Creemos que es mucho más importante, en
momentos en donde se palpa una movilización política mucho más aguda que la
triste indiferencia de hace unos pocos años atrás, tratar de crear otra
alternativa política emancipativa que nos haga reflexionar y experimentar que
es posible otro camino que no sea el de elegir el menos malo. Sabemos con
inusitada certeza que esa opción, se elija lo que se elija, lleva a un
desastre. ¿Para qué insistir? ¿No llamamos dogmática a la vieja izquierda que
repite siempre lo mismo? ¿Por qué no lo serán también los ideólogos
kirchneristas que coquetean con la idea de que apoyando al menos malo se avanza
hacia la liberación?
Quizás algunos quieran encontrar una “tercera posición” en el interior
de la opción entre el malo y el menos malo, y alienten la idea de apoyar a
Cristina y, al mismo tiempo, trabajar
en una nueva alternativa liberadora. Esta idea, cuya raíz más profunda quizás
sea el miedo a quedarse “fuera del mundo”, como “colgado” de la realidad, sería
tratable si se partiera de la base de que la política de los Kirchner ya es
fuertemente liberadora pero con limites severos, y que la tarea militante
sería inventar al mismo tiempo los
caminos que sirvieran para encarrilar las acciones en los momentos en que el
kirchnerismo exhibiera sus debilidades. Pero justamente, esa condición (de que
la política de los Kirchner ya es esencialmente liberadora) es lo que no puede
sostenerse fácilmente. Si nos atenemos a los discursos expresos que se emiten
de manera abrumadora día a día desde el Estado (que para el Kirchnerismo es el
lugar privilegiado de la política) el gobierno nacional y popular busca
denodadamente incluirse dentro del
conjunto que forman la economía de mercado y la democracia representativa, es
decir, la definición más ajustada de lo que tradicionalmente se llama
Occidente. Defienden la democracia, la libertad de opinión, el consenso, la
tolerancia y el derecho a la ganancia (¿justa?) de los capitales, en el
convencimiento de ser los valores más preciados de nuestra civilización llamada
“occidental”; al mismo tiempo no cejan en desarrollar nuestra economía de
mercado buscando las inversiones extranjeras, a las que exhiben como un
triunfo, así como su normalización en el cuadro mundial de la economía
atendiendo a sus obligaciones con los acreedores. El gobierno llega a sentirse
molesto cuando la derecha le crea conflictos con EE.UU, diciendo que estos son
totalmente “artificiales”, y cuando se dio la oportunidad exhibió por todos los
medios las felicitaciones que recibía la política económica de la presidenta
por parte de la secretaria de Estado del país del Norte.
¿Para qué abundar con más argumentos que todos ya los sabemos? Así que
pensar que este torrente direccionado a consolidarnos en un mundo del que uno
intenta precisamente liberarse, puede contrarrestarse por una acción militante
realizada en el interior de los diversos aparatos kirchneristas, es
directamente insostenible. Y más aún cuando aquél que no reconoce plenamente la
conducción irrestricta de la persona de la presidenta Cristina e intente
formular una disidencia, deberá soportar la acusación de hacerle el juego a la
derecha y ser un traidor al pueblo. Una vez más se puede apreciar que no hay
mucha diferencia respecto a los hábitos del marxismo ortodoxo que proclama que
toda política que no sea la que llevan adelante los iluminados vanguardistas
del partido proletario, es una traición a la causa de la revolución
proletaria…¿No es hora de dejarle de dar de comer a este supuesto rival al que
tanto se parecen?
El conflicto de los trabajadores gráficos con Clarín que derivó en el
bloqueo de la salida del matutino, es un ejemplo de los límites de una
militancia que intente salirse de las pautas oficiales que se proclaman desde
el Estado. Los gremialistas en lucha tuvieron que decirles a los funcionarios
del gobierno (en especial al ministro de trabajo Tomada) que ellos no podían
subordinar sus luchas al termómetro que le marca la lógica de “hacerle el juego
a la derecha”. Si impedir la salida del diario era una medida que “engorda” a
la derecha porque puede esgrimir el cínico argumento de que se lesiona la
libertad de prensa, entonces habrá que buscar otros medios de lucha que sean
menos irritantes para esta derecha. Pero no hay que tener un ingenio muy agudo
para percatarse que esta condena oficial es una advertencia para todos aquellos
que quieran sacar los pies del encuadre kirchnerista y sus aparatos. Toda
iniciativa que venga de abajo y no se amolde a las necesidades de la política
establecida, será castigada con el argumento letal del mal menor: paren la mano
que le están haciendo el juego a la derecha.
Si la juventud kirchnerista quiere estar realmente a la altura de su
reintegro a la política, entonces deberá protagonizar lo que es común a toda juventud rebelde respecto a las diversas
actividades en las que se ha comprometido con fuerza. La vuelta de la juventud
a la política no puede subirse al lomo de los dinosaurios del pasado,
repitiendo el mismo discurso y la misma práctica que eran comunes hace medio
siglo atrás. Las viejas generaciones de luchadores comprenden muy bien a esta
vuelta de los jóvenes porque ha sido la suya. No hay ninguna ruptura realmente
profunda que abra otra experiencia de ideas y procedimientos que resulten raras
e incompresibles para los militantes de
la década de los sesenta. Pero esa experiencia pasada, compleja y vital en
muchos aspectos, ha concluido. La caída del Muro de Berlín y el golpe militar
del 24 de marzo de 1976, precedida por la expulsión de la juventud peronista
por parte de Perón de la Plaza
de Mayo, marcan el fin de un ciclo. ¿Para qué insistir con lo mismo? Porque hay
que decirlo con toda energía: este “regreso” de la política no esgrime ninguna
idea realmente nueva, en ruptura con el pasado, capaz de abrir una nueva
secuencia emancipativa. Ni un solo nuevo pensamiento fuerte, ni una nueva
manera de organizarse, ni formas de lucha impensadas en el pasado. Por eso es
justo el término regreso de la política, ha vuelto aquello (envuelto
en el suave ropaje de la tolerancia democrática, emblema de la derecha si lo
hay) que termino en un desastre.
Las grandes ideas, pensamientos y acciones políticas que curtieron ideas
emancipativas, libertarias y de ruptura respecto al mundo en donde nacían,
participaron de una invariante que consistía en abrir un lugar diferente a los
establecidos por el orden dominante. De tal manera que la subjetividad política
nueva en curso se presentaba como una excepción
al dispositivo hegemónico del funcionamiento del poder. Tenían la capacidad de
marcar una nueva línea divisoria que
permitía avizorar que lo que el orden consolidado mostraba como un conflicto no
era otra cosa que simples variantes internas del mismo sistema. Esa nueva
demarcación inauguraba otra mirada y exigía prácticas inéditas. La sensación
que recorría a esa militancia era que quedaban “por fuera” del sistema, y no
era una sensación, era la realidad más cruel. Pero al mismo tiempo ocupaban un
nuevo lugar, un lugar antes inexistente, era el lugar mismo que había que
construir, de su invención, de su pensamiento y de su experimentación. No había
un regreso de la política, se trataba
de una reinvención de la política.
Pero nada de eso ocurre en este alegre por fuera pero triste por dentro
regreso de la juventud a la política cobijada en el ala del llamado
Kirchnerismo. Por supuesto que no se trata de la juventud, sino del museo
político que bendicen.
Debo disculparme con el lector que ha hecho el esfuerzo de leer estas
líneas por no decirle, finalmente, qué es lo que tiene que hacer. Aspiro
únicamente a declarar que mi manera de pensar ve muchas más posibilidades de reinvención de un pensar-hacer político emancipativo si miramos, por ejemplo,
las secuencias de luchas que culminan con los acontecimientos del 19/20 de diciembre del 2001. Proceso este que
tanto la izquierda ortodoxa como el kirchnerismo, cada cual a su manera, se
encargaron y persisten en apagar.
Buenos Aires 30 de marzo de 2011