El orden del mundo según



Qué nos dice nuestro maestro diario, nuestro constante consejero y guía, nuestro más fiel amigo, nuestra colorida y omnipresente compañía, nuestro, por momentos médico, por momentos puta, por momentos asesor culinario, por momentos confiable mecánico, por (todo) momento Big Supermarket (de cosas, de ideas, de sensaciones, de cuidados), por momentos, mismísimo Dios cotidiano… qué nos dice dios Google respecto del orden del mundo, de ese mundo que se empeña en crear y recrear, de ese mundo que organiza en cada Search; mundo de cruces infinitos (como Dios); que nos dice sólo con escribir el pronombre “qué” (uno de los elementos/funciones del lenguaje más importantes y utilizados por su capacidad de incluir un  enunciado dentro de otro que se está produciendo –el jerárquico subordinadas o los inquietantes “inyectadas” e “incrustadas”— al tiempo que funge como elemento clave de una situación de interrogación: ¿Qué te pasa Clarín?, fue una de las interrogaciones centrales de gran parte el pueblo argentino durante el año pasado cuando, en plena vida, su Líder enfrentó amas en mano al Oligopolio del Mal.

¿Qué nos dice –sinteticemos—Google del Orden del mundo?


Para averiguarlo hemos desarrollado un método, simple y efectivo: insertar “qué” en su rectángulo de búsqueda y esperando –pacientes— a que despliegue su orden, su (predictivo) mundo, el mundo de todos. Lo hemos hecho (y usted, lector, si lo desea, puede repetir el experimento en su hogar sin riesgo alguno, insertando el mismo vocablo o cualquier otro, y advertir, con sus propios luceros, cómo el mundo se organiza). Y estos son los, sin duda sorprendentes, resultados.

El primero, el más importante, la pregunta más formulada por la  humanidad –al menos por el sector hispanohablante de la humanidad, al menos por el porcentaje (creeríamos, alto) que se vincula con una computadora con acceso a interné— el interrogante clave de este momento iniciático, de ingreso rústico y chanflón al Siglo XXI (ya llamado por muchos científicos el siglo Google cuando aún faltan nueve largas décadas por peregrinar), el enigma, el secreto mejor guardado por el Poder.

La pregunta es: “qué leer”.

“¡¿Qué leer?!”.

Sí, “qué leer”.

Pregunta  moderna enunciada bajo la dinámica más posmoderna posible (una búsqueda virtual que confía en la predictividad como clave explicativa del mundo); pregunta que (¿burlonamente? ¿cínicamente? ¿sabiamente? ¿azarosamente?) se ocupa del objeto moderno por antonomasia, la práctica definitoria del siglo anterior, de la etapa evolutiva anterior (la del homo sapiens). ¿Un oxímoron? (como pálido fuego, como ardiente hielo). “Qué leer”, entonces, le pregunta la humanidad toda a su motor de búsqueda, a su incondicional fuente de todas las respuestas. ¿Ya nadie tiene un amigo/a que lee como para que le recomiende un broli? ¿El mercado editorial se ha vuelto tan complejo y veloz que sólo una potente inteligencia artificial con capacidad de almacenarlo todo, de organizarlo (y de eso es de lo que estamos hablando) y de ofrecer un resultado compuesto de mil respuestas dispuestas jerárquicamente puede ofrecernos una solución sensata a nuestros problemas más primarios, más urgentes? ¿Es la misma sociedad que pregunta “qué leer” la que (por acción o omisión)  –digamos, durante los últimos cincuenta o cien años— se encargó de destruir las condiciones culturales (por no decir políticas y económicas) de reproducción de esa práctica. “Qué leer”, preguntan a coro, y dan ganas de permanecer en silencio, quieto, mientras para adentro pensamos: “ahora arreglátelas solito. Te hubieras acordado antes”.

Pero sí: "qué leer” ocupa la pole position de los problemas posibles, de los interrogantes irresueltos, de las preguntas jamás respondidas. Y se lo preguntamos a una PC. O al Mercado mismo (¿es buena la carne?, tenía la ingenua costumbre mi vieja de preguntarles al carnicero). Una ingrata sorpresa.

En contraste, (Google, todos los sabemos, profesa una filosofía taoísta, una disciplina del equilibrio, de la armonía, del justo centro. Google, todos los sabemos, lleva como lema la sentencia “No seas malvado”) en segundo lugar aparece la pregunta más pragmática del mundo, la pregunta de respuesta exacta, inmediata e inobjetable. La pregunta que todos nos hacemos más de una vez al día. Una pregunta que, tras el utilitarismo más concreto e inmediato, enmascara que esconde que es el interrogante que organizó el mundo durante la Modernidad toda; pregunta que emergió, con ese tonito cotidiano y desapasionado que le es propio, hace muchísimos siglos adentro de una abadía, donde monjes cristianos comenzaron a medir el tiempo a partir de ese elemento tan central a una vida común y corriente como es el reloj: la pregunta “qué hora es”.

Podríamos decir, casi denunciar, que es éste en apariencia simple sintagma el que organizó el mundo a su ritmo (es sabido: el tiempo medido permitió el trabajo, medir el valor-trabajo, el reloj es el instrumento capitalista por excelencia). Ya lo decía Lewis Mumford: fue el reloj y no la máquina de vapor el descubrimiento paradigmático, central, del sistema capitalista; ese que permitió que se montase, sobre sus espaldas, el mundo por venir (de ahí que tenga el honor de estar adentro del celular, del microondas, de la televisión, de interné, del DVD, de la la PC, de la notebook, de la netbook, del Iphone, del Ipad, del Ipod, de la Tablet, y de algunos pares de zapatillas).

“Qué hora es”, entonces, merece con creces ese segundo lugar en el Orden del Mundo según Google, un segundo puesto sustentado en su capacidad bifronte de ser la originaria, la primera, y al mismo tiempo la pregunta moderna más veces hecha, más veces repetida.

Si la primera fue el reconocimiento posmoderno a la principal práctica moderna (el libro, la novela, constituye a la burguesía más que cualquier otra práctica, a excepción de la de producir dinero); si la segunda fue la pregunta a la vez fundadora y a la vez más repetida del Capitalismo; la tercera es (Platón y Becquer mediante) la pregunta metafísica por definición, la pregunta que la humanidad toda, desde tiempos inmemoriales, se hace sin acertar respuesta, la pregunta en torno a la práctica que, en el fondo, organiza el mundo, el amar y ser amados. ¿Quiñen busca, en el fondo, otra cosa?

“Qué es el amor”, es la pregunta, la tercera pregunta que, según Google y su orden, el conjunto de los mortales debemos hacernos (luego de “qué leer” y de “qué hora es”).

“qué es el amor”, así en minúscula, como si preguntase en voz bajita aquello que alcanzó para fundar una religión dominó el mundo desde mucho antes de que lo haga el Capitalismo. “Qué es el amor” es la pregunta cristiana por antonomasia, porque Dios es amor, pero ¿qué carajo es Dios? “Qué es el amor” es el interrogante que acompaña el devenir de las civilizaciones, de Helenos y Latinos hasta San Agustín y la mismísima Biblia, hasta llegar a Gran Hermano o cualquier culebrón venezolano. La pregunta de las millones de respuestas. La única pregunta, quizás, que no tenga una respuesta y que sea, al mismo tiempo, la respuesta a cualquier pregunta (acá no podemos, sino, remitir a ese gran poeta y filósofo argentino, de la línea de los callejeros, que es Alejandro Dolina y a su máxima que reza: “Todo lo que uno hace en la vida lo hace para levantar minas”. Qué otra cosa que amor transpiran estas palabras).

“qué leer”. “qué hora es”. “qué es el amor”. Y la cuarta y última (podríamos seguir hasta el infinito pero no queremos, amigo lector, abusar de tu ocioso tiempo), la pregunta por la regla, por la normativa, por aquello que es así por decisión colectiva (y por tradición, y por cohersión, y por la fuerza del Poder): “que o qué”, que ocupa el cuarto lugar, pregunta por las reglas que reglan el mundo, que lo regulan, que lo controlan, que lo organizan.

Conclusión: (y saltamos interrogantes centrales en lo que hace al destino de la Humanidad, interrogantes todos de distinto linaje, pero que mantienen, en conjunto, la justa ecuanimidad y carencia de maldad que caracteriza a Google, interrogantes del tipo “qué es la navidad”, “qué es un ensayo”, “qué es internet”, “qué regalar”, “que qué” y, por último y por demás jugoso, “qué son los valores”. La pregunta por los valores. Pero no entremos en ellos.)

Conclusión, insistimos, por encima de todo en el orden del mundo según Google, encontramos la pregunta que evidencia el total y absoluto predominio de esto que vivimos, que es lo que vino después de la Modernidad (la ¿posmodernidad?), por sobre la misma –marchita y agotada— Modernidad; encontramos la pregunta que, desafiante, remite a una de las prácticas centrales del siglo anterior, práctica condensadora del caro racionalismo moderno. ¿Pero qué pasa con ese racionalismo luego de que miles de personas, parece, le preguntan a ese electrodoméstico complejo que es su computadora “qué leer”. No hay posibilidad de vida (mínimamente autónoma) luego de esto. Luego de dar por evidente su dominio total de la escena, la pregunta central y al mismo tiempo popular del sistema hace tanto reinante: “qué hora es”. Simple e histórica. La primera y la constante. La tercera, aún va más allá (Google abarca todos y cada uno de los planos), la pregunta metafísica: “qué es amor”. Nadie, ningún filósofo, ninguna religión, ningún saber se pudo sustraer a su hechizo, a la sospecha de que, quizás, tras esta pregunta se halle la llave que abre las puertas del mundo. La cuarta cierra el círculo: “que  o qué” nos hace acordar que hay reglas, que después del Poder, de la Historia y la Tradición y del amor como motor subjetivo/afectivo el mundo, después de todo ello y con todo ello, emerge la regla, la regla que organiza el mundo así como Google le gusta que el Orden del Mundo sea.

Por Ronnie Arias (pensador y conductor de TV)